¿Casualidad o diseño?

Escrito por el 27 de abril de 2023

El biólogo evolucionista y ateo Jerry A. Coyne escribió hace poco más de una década estas palabras, con la intención de negar la existencia de un creador inteligente:

“…si los organismos hubieran sido construidos desde cero por un diseñador que utilizara como materiales de construcción los nervios, los músculos, los huesos, etc., no tendrían esas imperfecciones. El diseño perfecto sería verdaderamente el sello de un diseñador habilidoso e inteligente. El diseño imperfecto es la marca de la evolución; de hecho, es precisamente lo que esperamos de la evolución”.

Y, posteriormente, entre los ejemplos de órganos o estructuras peor diseñadas de la naturaleza se refiere al “nervio laríngeo recurrente” de los mamíferos.

Este nervio conecta el cerebro con la laringe y, entre otras cosas, nos ayuda a hablar y a poder tragar los alimentos.

Sin embargo, según su opinión, es mucho más largo de lo necesario ya que, en vez de recorrer una distancia de treinta centímetros entre el cerebro y la laringe, baja hasta el pecho, le da la vuelta a la aorta y luego regresa hacia arriba hasta conectar con la laringe.

Una vuelta de casi un metro en los humanos que aparentemente resulta innecesaria. En otros mamíferos como las jirafas ocurre lo mismo pero en ellas la ruta de dicho nervio es alrededor de 4,6 metros más larga de lo necesario.

Coyne cree que este “mal diseño” se explica bien desde la teoría de la evolución pero no desde la creencia en un Dios diseñador.

Esta frase del zoólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) significaba que algunos estados de la evolución se repiten supuestamente y de manera rápida en el desarrollo de cada embrión.

Según esto, Coyne escribe que nuestra aorta y la del resto de los mamíferos evolucionó a partir de los arcos branquiales de nuestros antepasados comunes con los peces”.

De manera que en los primeros estadios de nuestro desarrollo embrionario, cuando nos parecemos al embrión de los peces, el nervio se desplaza hacia abajo acompañando al vaso sanguíneo del sexto arco branquial y posteriormente este vaso desaparece, mientras los vasos cuarto y sexto formarían la aorta, obligando al nervio laríngeo a alargarse.

Por tanto, empezaríamos nuestra vida como embriones similares a los peces ancestrales y, por gentileza de la evolución, nuestro nervio laríngeo sería una auténtica chapuza impropia de ningún diseñador.

En esta misma línea se manifiesta también el famoso biólogo ateo Richard Dawkins, quien en un video del National Geographic, en el que se diseccionaba a una jirafa para comprobar la gran longitud de dicho nervio, declaró que ningún ingeniero cometería un error tan garrafal como éste.

Incluso algún medio de comunicación llegó a afirmar que el nervio laríngeo destruye al diseño inteligente. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

En primer lugar, conviene señalar que Coyne parte de una premisa equivocada. Cree que para que un órgano haya sido diseñado inteligentemente debe tener un diseño perfecto.

Esto no es cierto. Cualquier ingeniero informático sabe que todo circuito electrónico puede ser mejorado y difícilmente pensará que un determinado microchip es definitivamente perfecto.

De hecho, de esa mejora continua de la tecnología se beneficia la ciencia de la comunicación. Por tanto, aunque un diseño no sea definitivo o perfecto, sigue siendo diseño.

Los chips de hace una década no eran tan perfectos como los actuales pero desde luego nadie duda de que habían sido diseñados. De la misma manera, aunque aparentemente pudiera parecer que el nervio laríngeo de los mamíferos no tiene un diseño perfecto, esto no es un argumento sólido para concluir que no haya sido diseñado intencionadamente.

Por otro lado, existe una cuestión que Coyne, Dawkins y otros evolucionistas no han tenido en cuenta. Si ya hay nervios laríngeos superiores que conectan directamente el cerebro con la laringe, ¿por qué los nervios laríngeos recurrentes toman el camino más largo y le dan la vuelta a la aorta para ascender de nuevo hasta la tráquea y la laringe?

¿Será sólo por culpa de la evolución o tendrán quizás alguna función especial en la aorta o en alguna otra parte de su recorrido? Se trata de cuestiones que parecen obvias pero que no se han valorado suficientemente. Pues bien, resulta que sí poseen importantes funciones.

Algunas ramas colaterales del nervio laríngeo recurrente llegan hasta la base del corazón, contribuyendo a su correcto funcionamiento.

Otras se insertan en la mucosa del esófago, en la tráquea, en la faringe y la laringe, órganos que desempeñan un importante papel en la respiración, la deglución y, en el caso de los humanos, la capacidad de hablar.

De manera que este nervio tiene varias funciones importantes y desde luego no parece diseñado solo para inervar la laringe, como se ha dicho. Realiza muchos trabajos distintos a la vez, no solo uno.

El nervio laríngeo recurrente, a lo largo de su extenso recorrido, hace que numerosos músculos de estos órganos se coordinen entre sí para permitir acciones vitales de suma importancia.

Por eso tiene que ser tan largo. No por una torpeza de la evolución al azar sino por el designio de una mente prodigiosa que así lo dispuso.

Por lo tanto, el nervio laríngeo recurrente no es una “imperfección”, ni un “mal diseño” o una auténtica “chapuza biológica”, un “error garrafal”, ni tampoco “destruye al diseño inteligente”, tal como los críticos de la creación suelen afirmar.

Más bien se trata de todo lo contrario: una estructura que funciona correctamente en todos los mamíferos, desde el ser humano a la jirafa. No obstante, la arrogancia del hombre parece no tener límites.

En ocasiones, se comporta como un niño que rompe un reloj analógico y lo que descubre en su interior no le gusta. Cree que está mal diseñado porque hay demasiadas ruedas dentadas y agudos ejes que le pinchan los dedos.

Sin embargo, él esperaba otro tipo de piezas que se ajustaran mejor a su realidad. ¿Acaso está el pequeño capacitado para juzgar la perfección del reloj?

La sabiduría que encierra el diseño de los nervios recurrentes sólo puede ser juzgada por alguien que conozca bien todas las particularidades y exigencias del cuerpo humano.

Hasta los mejores neurólogos y embriólogos contemporáneos son como párvulos frente a la sofisticada inteligencia que evidencia el cuerpo de los seres vivos.

Sin embargo, algunos -tal como escribiera el apóstol Pablo- “se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Ro. 1:21-22).


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