Contradicciones
Escrito por Daniel Valuja el 10 de junio de 2022
Badajoz sufre estos días la visita de una letal plaga de langosta que destruye gran parte del campo de la comarca de La Serena, un problema que, si bien es habitual en esta región, no suele alcanzar esta magnitud. Allí, los agricultores y ganaderos asumen que gran parte de su trabajo ha sido arrasado.
Esta catástrofe para la economía local asfixia a trabajadores del campo como Rubén Muñoz, un ganadero que mantiene una dura «competencia por los pastos» con este insecto. O el agricultor Cristian Calvo, quien tilda de «barbaridad» la ola de estos «bichos» que vuelan sobre sus tierras, algo de lo que podría ser responsable de forma accidental la Junta de Extremadura.
La especie originaria del norte de África (lo que le otorga el nombre de langosta marroquí o langosta mediterránea) es capaz de cambiar inesperadamente del estado solitario al estado gregario, en el que forma grandes grupos con los que buscar alimento. Esto es lo que ha ocurrido en esta ocasión, pero en una intensidad que ha desbordado todos los mecanismos de control.
Así lo cuenta Ignacio Huertas, director general de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos de Extremadura (UPA), que se mantiene al tanto de una crisis que ya es frecuente en la zona. «La langosta se ha convertido en un problema endémico aquí, es una especie que tiene su origen allí [costa mediterránea] pero que ya se cría aquí», indica sobre la procreación de estos insectos en torno a los humedales que dividen la zona de La Serena con la de La Siberia Extremeña.
Conocidas ya desde hace décadas estas invasiones, la región se prepara anualmente mediante un «tratamiento oficial que se planifica desde la propia Junta de Extremadura», una medida que, sin embargo, podría estar perdiendo eficacia para combatir esta pesadilla para los trabajadores del campo.
«Estos tratamientos cada vez tienen más limitaciones desde el punto de vista medioambiental y de todo tipo de controles», comenta Ignacio, que resalta entre los puntos clave que pueden estar detrás de este descontrol puntual el cambio de estrategia en la fumigación de los campos. «Antes se hacían desde un avión, pero ahora esa técnica está prohibida y hay que hacerlo desde tierra y eso restringe el alcance de muchas zonas», explica.
En parte, es una de las consecuencias del cambio de modelo que se está dando en los negocios agrícolas de la región, que apuestan por una disminución de los pesticidas tradicionales. «En un campo de cultivo de cereal ecológico, por ejemplo, no se pueden aplicar tratamientos químicos si no hay una autorización por parte de la administración y en momentos muy puntuales», analiza el director general de la UPA. Este, entre otros motivos como el aumento de temperaturas con las últimas olas de calor, son los que más podrían potenciar la aparición de estas plagas.
Los tratamientos cada vez tienen más limitaciones desde el punto de vista medioambiental y de todo tipo de controles
Aún con esto, desde la cúpula de esta organización mantienen la calma respecto a la situación. «La langosta es un problema que se viene dando desde hace muchos años, pero siempre de manera controlada. Estamos esperando a que la Administración nos aporte más datos, porque parece que el tratamiento no ha sido efectivo».
Lo cierto es que, aunque todavía no parece que vaya a mayores más allá de las zonas afectadas (Cabeza del Buey, Zarza Capilla y Peñalsordo), estas plagas pueden desplazarse a lo largo de numerosos kilómetros, traspasando a otras comunidades cercanas. «La zona de La Serena está lindando con Córdoba, por lo que puede entrar perfectamente en Andalucía, estos focos son móviles» señala Ignacio.
Un desbordamiento del sistema de control
Los grandes afectados, quienes cultivan los terrenos y se encargan del cuidado del ganado, aseguran que la llegada de langostas este año ha superado con creces lo visto en años anteriores. Lo explica Cristian Calvo, quien posee una cosechadora y un terreno familiar, y ve cómo el trabajo de todo un año está desapareciendo sin poder remediarlo. «Es una vergüenza la barbaridad de langostas que hay este año, otras veces las han tratado y ha habido pequeños focos, pero esta vez es una pasada» comenta indignado.
En su situación, tras varios días en los que el manto de insectos ha cubierto el suelo cultivado, ya «no se puede hacer nada, solo matar los huevos para que no se repita el año que viene», sentencia apesadumbrado. Según apunta Calvo, en apenas dos semanas los ejemplares grandes que ahora se alimentan a costa de sus productos habrán muerto, por lo que el verdadero riesgo es la descendencia, que podría ser «incluso el doble o más del doble» en la siguiente temporada si no se aplican los productos necesarios.
Pérdidas aproximadas de un 80% por cosecha
«Si no lo cosechas a tiempo, que es algo prácticamente imposible, las langostas pueden acabar hasta con un 80% de los cultivos», aproxima también Cristian. Esto supone decir adiós al trabajo de un año completo, perdido apenas a días de la recogida prevista habitualmente para principios de junio. «Imagina cómo te quedas cuando ves una cosecha así después de lo invertido en agua, abonos y trabajo», lamenta.
La visita de estos ejemplares nunca augura buenas noticias para los agricultores, pero en esta ocasión se presenta como un obstáculo especialmente complejo de sortear por los negocios. «Este era un año para remontar las pérdidas que hemos tenido con la pandemia», recuerda, algo muy complicado después de un ataque del que muy pocos se han salvado.
«Imagina cómo te quedas cuando ves una cosecha así después de lo invertido en agua, abonos y trabajo»
La versión de Cristian Calvo la comparte Rubén Muñoz, que sufre las consecuencias en su cultivo y en su explotación agrícola en otro de los municipios arrasados, Zarza-Capilla. «El problema de estos insectos es el daño que hacen, pues el cereal en sí no se lo comen, pero parten las espigas y la tumban al suelo, de forma que la cosechadora no la puede recolectar», añade a la versión de Ignacio antes de rendirse al invasor: «El 90% del daño que podía hacer ya está hecho».
Rubén es uno de los trabajadores más comprometidos en la defensa de los intereses de los agricultores y ganaderos de la región, y se mantiene en constante contacto con las autoridades que planifican el cuidado de la zona. «Podemos dar fe de que se han hecho tratamientos, pero a todas luces han sido poco efectivos», comenta antes de añadir que esta es una de las consecuencias negativas que tienen las buenas medidas que llegan desde Europa para incentivar la agricultura ecológica a las que «todos se están acogiendo».
«Se pide que se cambie el sistema. Esto va a ser un punto de inflexión, no nos vale para el año siguiente, y ya hemos trasladado a las autoridades que nuestro gran miedo es el futuro», argumenta este ganadero-agricultor de Zarza Capilla. «Y no critico a la Junta, porque este problema también surge por la falta de información, la gente que trabaja el campo es mayor de 60 años y la información sobre la langosta no está llegando. Hay que potenciar las campañas y ponérselo en bandeja a los agricultores, darles las herramientas para que puedan defender lo suyo», reclama.
¿Qué es lo único que nos queda? Llorar
Rubén Muñoz también comenta cuáles son las dificultades que sufre la ganadería -sector que también se ve gravemente afectado-, que son principalmente dos: «Las molestias que causan estos insectos cuando cubren el cuerpo de los animales, aunque no les piquen», y la lucha por «los pastos».
Según las cuentas que maneja, un saco de pienso para su explotación ganadera ha subido desde los 12 hasta los 24 euros, pero en el mercado sus corderos «no valen el doble». Esta cuestión es la que ha golpeado con más dureza a un sector especialmente angustiado por la inflación. «Para una primavera tardía que hemos tenido, que aún nos quedaba pasto para nuestros animales, ahora llega este bichito y… ¿Qué es lo único que nos queda? Llorar», sentencia completamente abatido.
Ahora que han asumido que este año sus campos están perdidos, lo único que reivindican a la Junta es una ayuda para la compensación de los destrozos, ya sea «a través de seguros, declarando la zona catastrófica o algún método con el que se vea la buena fe de la Junta».