Cria cuervos

Escrito por el 9 de mayo de 2023

Según el refranero español, quien cría cuervos se arriesga a que posteriormente, cuando éstos crezcan, le saquen los ojos.

Al parecer, esta leyenda nació en el siglo XV cuando el entonces Conde de Castilla, don Álvaro de Luna, salió a cazar con unos amigos y se toparon con un mendigo ciego y hambriento.

En vez de ojos, aquel pobre desgraciado tenía dos cicatrices que le desfiguraban el rostro. Cuando el Conde le preguntó por el origen de tales heridas, el mendigo explicó que durante tres años había estado alimentando a una cría de cuervo que se encontró en el bosque y que, después de nutrirla bien y de tratarla con mucho cariño, al llegar ésta a adulta, un buen día saltó a sus ojos picándole y dejándolo ciego.

Al oír esto, el Conde miró a sus amigos y les dijo: “veis, criad cuervos para que luego os saquen los ojos”. Esta frase pasó a la historia para indicar la ingratitud de aquellos que no devuelven los favores prestados sino que incluso dañan a quienes les ayudaron.

Es poco probable que los cuervos sean así de ingratos. Lo que sí se sabe es que son muy inteligentes.

Hacen cosas que sorprenden a los estudiosos del comportamiento animal, como echar piedras a un cubo con poca agua para que ésta ascienda de nivel y así ellos puedan beberla; retuercen ramitas a modo de gancho y las usan como herramientas para obtener orugas y otros insectos, incluso guardan tales herramientas en algún escondite seguro; juegan sobre la nieve improvisando pequeños toboganes sobre los que se deslizan por puro placer.

Son capaces de identificarse a sí mismos delante de un espejo, algo que ni los osos saben hacer; cuando fallece algún congénere, se reúnen alrededor de él como si quisieran despedirse o averiguar las causas de la muerte; también se les ha visto lanzar nueces sobre los pasos de cebra de las ciudades y esperar a que éstas sean aplastadas por las ruedas de los autos, para bajar inmediatamente a comérselas; etc., etc.

Algunos científicos creen que el conocimiento causa-efecto de estas aves es parecido al de un niño de 5 años.

Su cerebro es del tamaño de una nuez pero en relación al cuerpo resulta bastante grande. Tiene una elevada densidad neuronal así como una alta complejidad estructural, lo que sugiere que su inteligencia podría igualarse a la de los chimpancés.

Si esto es así, plantea otro serio inconveniente para la explicación darwinista acerca del origen de la inteligencia. Esta supone que los córvidos y los simios divergieron en la línea evolutiva hace más de 300 millones de años.

Sin embargo, los dos grupos animales han desarrollado capacidades cognitivas complejas similares.

Es decir, al problema del origen de la inteligencia en los mamíferos por evolución o mutaciones al azar, hay que añadirle un segundo problema sobre el origen de la inteligencia en las aves, por no hablar del origen de la misma en invertebrados cefalópodos como los pulpos.

Si ya resulta muy poco probable que ésta apareciera así, al azar y de manera natural, una sola vez, el problema matemático habría que multiplicarlo al menos por tres.

Pero, como no hay explicación para ello, se apela a subterfugios como la llamada “convergencia evolutiva” a lo largo de millones de años o de que el medio les supuso a los tres grupos unas “presiones sociales similares” y por eso floreció varias veces la inteligencia.

Es decir, explicaciones absolutamente vacías de contenido e indemostrables porque, en realidad, nadie sabe cómo pudo la materia inerte dar lugar a la inteligencia ni, mucho menos, a la conciencia. Se trata de un gran acto de fe exigido por la teoría evolutiva.

Es evidente que todas las formas de vida presentan algún tipo de inteligencia e intencionalidad, por mínima que sea.

Podemos conocer tales inteligencias por los efectos que producen, de la misma manera que conocemos la gravedad por sus efectos, aunque no comprendamos demasiado bien qué es en realidad, de qué está hecha o cómo se originó.

A un elefante, por ejemplo, se le puede enseñar a pintar con su trompa. Es capaz de dibujar una flor, un árbol o una silueta de sí mismo pero él no es consciente de ser pintor, de lo que es el arte o de lo que ello supone para los humanos.

Simplemente reproduce unos trazos con precisión que le han sido enseñados por sus cuidadores. No es arte lo que hace sino un truco inculcado a fuerza de pequeñas recompensas, con el fin de que sus dueños obtengan ciertas ganancias de los turistas.

Ningún elefante en libertad pintaría jamás un cuadro, por la sencilla razón de que ellos no inventaron la pintura ni ésta les interesa para nada.

Lo que procuran los entrenadores de estos elefantes pintores que viven en cautividad es enseñarles a hacer un dibujo y obligarles a reproducirlo -siempre el mismo- delante de los turistas.

Por supuesto, esta capacidad de imitación demuestra cierta inteligencia por parte de estos animales.

Imagen tomada en Chiang Mai, al norte de Tailandia, en un campo de adiestramiento de elefantes llamado “Maesa Elefant Camp”

También a los chimpancés se les ha motivado y proporcionado materiales para que pinten. Sin embargo, éstos, a pesar de que parecen disfrutar llenando de colores y garabatos el lienzo, nunca representan nada concreto.

Se podría decir que su estilo es abstracto, no figurativo y, desde luego, no muestran la capacidad de imitación de los elefantes. Quizás porque sus cerebros no funcionan de la misma manera y su inteligencia se orienta en otras direcciones.

Esto nos indicaría que cada cerebro animal está especialmente diseñado para permitir la vida de la especie en su entorno adecuado.

Sólo el ser humano es capaz de crear verdadero arte pero también de enseñar a los animales a hacer cosas que éstos, por su propia naturaleza, nunca harían.

De ahí la responsabilidad que tenemos sobre el resto de la creación.

Cuando el salmista se pregunta acerca de la identidad del ser humano: ¿qué es el hombre? Llega a la conclusión de que el Creador lo coronó como señor de la creación, no como una especie más.

Le has hecho poco menor que los ángeles,

Y lo coronaste de gloria y de honra.

Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos (Sal. 8:5-6).


Canción actual

Título

Artista