El libro más de lo más

Escrito por el 4 de marzo de 2024

Nada más enterarse de que era el nuevo premio Cervantes, Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) dijo: «Soy una de esas personas que se alegran de las cosas buenas… Perdónenme que diga tonterías, pero aprecio mucho el sentido del humor». Este miércoles, el escritor volvió a reír mucho en el Aula de Cultura ABC, que se celebró en la Sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes. Allí, el literato conversó con el poeta Carlos Aganzo, director de la Fundación Vocento, que empezó el acto sacando a relucir la figura de Miguel de Cervantes. «¡Qué buen comienzo! Cuando yo era joven y estaba delgadito tenía un cierto aire con Don Quijote», soltó el literato, marcando el tono del encuentro.

El primer tema, claro, fue el humor, que tiene en Cervantes su fuente inevitable. «El humor, la ironía, implica siempre un grado de lucidez. Es una manera de ver la realidad, de verte a ti mismo, de confrontarte con tu propia imaginación, con el sentido que tienes de la condición humana. Esto hace que tu manera de mirar no sea radical. Y lo más importante: da una distancia, digamos, compasiva con el hombre. Eso es lo cervantino», resumió Luis Mateo Díez. Y añadió: «’El Quijote’ es lo más grande que se ha escrito… Si no existiera no estaríamos aquí. Pero para disfrutarlo hay que esforzarse. Hay que merecérselo».

Y del humor… a la libertad. «El humor le permitió a Cervantes decir todo lo que quiso decir», lanzó Aganzo. «Es que además la manera de salvarte de los padecimientos es ver la desgracia propia con la distancia de la ironía. Eso te da mucha libertad», respondió el escritor, que después pasó a hablar de su territorio literario: «Yo me he construido un mundo ficticio por necesidad, y ese mundo pretende ser autónomo. Es el mundo donde yo me muevo, Celama, las ciudades de sombra, lugares donde hay humor, donde hay misterios».

Aganzo continuó por la tradición oral, piedra fundamental en la obra del invitado. ¿De dónde le viene? «Es una cosa del destino, que me hizo nacer donde nací. Yo soy un niño de posguerra, nacido en el 42. Un típico niño de posguerra. En mi valle pervivían todavía las costumbres vecinales de la tradición oral. Es una cosa muy sencilla, muy simple, aunque yo he padecido requerimientos de tesis doctorales americanas que le daban a esto un sentido… En fin, se ha teorizado mucho, pero la oralidad es una costumbre, una reunión vecinal e invernal donde la gente contaba y comentaba, es algo preliterario. Y se daba porque en invierno había poco que hacer, y este era el entretenimiento que había. A mí me fascinaba, claro, ponía el oído y escuchaba…». Era otro mundo, y así lo describió el autor: «Yo viví una infancia más cercana a la que podía tener un niño de la Edad Media que a la que puede tener un niño de la Edad Tecnológica». Y volvió a reír.

¿Y qué hay de este mundo? ¿Cómo se lleva con el presente? «Yo no intento tener una imagen fotográfica de la realidad, no me relaciono así con el mundo, no me interesa, y menos a esta edad que tengo. La realidad que vivo me parece excesiva. Hoy hay un exceso de realidad, de actualidad, y esto me agobia», confesó. Para eso está la lectura. «En las grandes novelas haces un viaje en el tiempo absolutamente prodigioso. Si lees ‘Fortunata y Jacinta’ puedes vivir en el Madrid de 1869. No saber cómo era, no, vivir ahí». Y continuó: «Soy hijo de Cervantes, de Kafka, de Pavese… Soy hijo de todo lo que he leído».

Luis Mateo Díez insistió en su rechazo al realismo y defendió la literatura como algo más que un espejo. «El espacio de la novela, para mí, no es el espacio de lo real. La novela es un camino de irrealidad, un espejo metafísico de lo que sucede. Es un lugar en el que la gente anda por la vida y al doblar la esquina encuentra su destino. Eso es lo que voy a contar en la novela. Y tiene una trascendencia más poderosa que lo cotidiano», remató.

  • Fuente Noticia: ABC.

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