El niño de la bicicleta busca a su padre

Escrito por el 24 de mayo de 2022

La última película de los hermanos Dardenne vuelve al tema del padre ausente. La obra ganadora del Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes nos presenta a un niño abandonado, que se escapa del orfanato para buscar a su padre. El cine de estos directores belgas va más allá del realismo social, para presentarnos un drama moral que en el fondo tiene una dimensión metafísica -como ha dicho el crítico británico Jonathan Rommay-. Estas historias de redención nos hablan de la búsqueda de un Padre eterno.

Luc y Jean-Pierre Dardenne comenzaron haciendo documentales en los años setenta. Afincados en Lieja, desarrollan casi todas sus películas en la vecina Seraing, una localidad construida en torno a la industria del acero. Como Ken Loach, los Dardenne se interesan por personas de clase trabajadora, pero su problema económico afecta aquí también su integridad moral. Si en La promesa (1996), un joven busca reparar el mal hecho por su padre, explotando a inmigrantes africanos, en El niño (2005) vemos a un hombre intentando recuperar el bebé que ha vendido en adopción.

Como observa Álvaro Arroba, ′las fábulas de los cineastas belgas funcionan como arquetipos evangélicos′. Al ′igual que en las Sagradas Escrituras, la virtud aparece en el desenlace de sus historias alrededor de la cruz de Cristo′. Así ′como en el Golgota, Rosetta cae tres veces en la subida a su auto-caravana mientras porta la pesada bombona de butano con la que pretendía matarse; mientras que en El hijo (2002), el carpintero Olivier ′carga con el asesino de su hijo, hasta que conquista su perdón′.

Las películas de los Dardenne, dicen que surgen de una ′realidad encontrada′. Su realismo detallado usa actores sin experiencia, que siguen con una cámara en continuo movimiento, que persigue a los personajes con tomas largas. Son figuras profundamente humanas y falibles, que viven un conflicto irremediable con una realidad hostil. Impulsados por un deseo fiero y puro de sobrevivir, se ven envueltos a menudo en acciones moralmente dudosas.

Rosetta quiere construir una vida mejor para sí misma, pero para eso traiciona a su amigo, para arrebatarle su puesto de trabajo. Lorna es una inmigrante albana, capaz de hacer cualquier cosa por conseguir la nacionalidad belga y montar su propio negocio, incluso matar por sobredosis al heroinómano con quien comparte un matrimonio de conveniencia. Si el padre del niño de la bicicleta es un sinvergüenza, que no asume su responsabilidad para con su hijo, el crio también es capaz de robar con violencia, aunque sea influido por ′malas compañías′.

Y lo malo es que las victimas no son mucho mejores. Si el chico golpeado se venga, maltratando a un niño que no ofrece resistencia, el padre robado prefiere mentir, antes que socorrer a la criatura. La visión de la humanidad que tienen los hermanos Dardenne está lejos del mito de la bondad innata del hombre, que mantiene la sociedad contemporánea europea desde la Ilustración. Nos enfrentamos aquí a una dura realidad, que tenemos que aceptar, nos guste o no.

¿Qué hace una criatura de doce años, que se ve sola en el mundo, porque su padre le ha abandonado? El niño de la bicicleta no acepta la realidad y decide escaparse para volver a encontrarse con su padre. En su testaruda determinación, persigue la pista de su progenitor, sin pararse ante nada. En una de sus huidas del centro, Cyril -magistralmente interpretado por Thomas Doret, encontrado por un anuncio de periódico-, acaba abrazado, literal y accidentalmente a una joven peluquera, Samantha -encarnada por primera vez en el cine de los Dardenne por una actriz famosa, Cécile de France, la aquí irreconocible periodista francesa que vemos en la película de Eastwood, Más allá de la vida-.

Cyril, como tantos otros personajes de la filmografía de estos cineastas belgas, se enfrenta desde la orfandad de unos padres ausentes a la hostilidad de un mundo que no comprende, que le hace sufrir y que le obliga en cierta forma a lidiar con la maldad. Son seres casi marginales, desarraigados, huraños y desencantados, cuya ambigüedad moral les hace incapaces de responder adecuadamente al amor que reciben.

Con su bondad gratuita, Samantha introduce una dimensión de gracia al mundo atormentado de los Dardenne. Esta historia veraniega, llena de sol y luz, introduce un lado cálido en la ternura de esta madre adoptiva, que parece sacada de un cuento de hadas. De hecho, es en el bosque donde encuentra el niño la seducción manipuladora de un ladronzuelo, que lo pervierte, como el lobo de las historias infantiles. Y el hada buena, aquí no sólo ayuda al niño a encontrar su camino, sino que se ocupa de él, dándole el hogar que le falta.

Vivimos una generación que se ha visto devastada por el divorcio. Hijos que no pueden pensar en sus padres como alguien que va estar a su lado para siempre. Sus promesas rotas nos hacen dudar de su fidelidad y entrega absoluta. ¿Cómo podemos confiar así en un Dios que se presenta como un Padre? La mayor parte lo ve por eso como un Ser remoto e impersonal, que produce más rabia, resentimiento y rechazo, que el calor de un Padre amoroso. Si no han conocido la atención y la amabilidad de un padre en la tierra, ¿cómo la van a tener de un Padre que está en los cielos?

Jesús nos presenta a Dios como un Padre amante, clemente y misericordioso, que se preocupa de las cosas más pequeñas de nuestra vida. Tiene la amabilidad paciente de su Hijo. Ya que Él es como Jesús: ′El que me ha visto a mí, ha visto al Padre′ (Juan 14:9). Es un Padre perfecto, el único que nunca nos fallará. Aunque ′fuéremos infieles, Él permanece fiel′ (2 Timoteo 2:13).

Dios es el Padre que necesitamos. En su afecto, siente nuestro dolor más profundamente que nosotros. Su presencia le da la capacidad de estar con nosotros en cada momento. Por eso podemos ′echar toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros′ (1 Pedro 5:7). Su aceptación nos muestra un amor incondicional. El es un Padre que nos ama tal y como somos.

Dios no es la causa de nuestros problemas, pero los ha padecido en la persona de su Hijo. Dado como muerto, se levanta como Cyril, llevando nuestra culpa y vergüenza, para darnos el perdón. Nos abre así el camino a una vida nueva, que nos ofrece un cariño y una seguridad que va más allá del afecto que este niño pudo encontrar en Samantha. Porque en el Dios que nos revela Jesús, encontramos un Padre eterno, cuyo amor nunca nos abandona. ¡Ni siquiera la muerte nos podrá separar de Él!


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