Huellas del creador

Escrito por el 7 de noviembre de 2022

Desde hace mucho tiempo, el ser humano ha intuido que los animales gozaban de sentidos que nosotros no teníamos.

Uno de tales misterios descubierto recientemente ha sido el de la sensibilidad magnética que poseen las aves migratorias para orientarse en sus migraciones.

Un equipo formado por físicos, químicos y biólogos de las universidades de Oxford (Reino Unido) y Oldenburgo (Alemania) ha comprobado que los pájaros migradores nocturnos, como el pequeño petirrojo europeo (Erithacus rubecola), tienen una especie de “brújula” o GPS interno que les permite orientarse y volar durante la noche, en sus largos viajes de miles de kilómetros, entre el norte de Europa y el norte de África.

El petirrojo y otras muchas aves tienen como un GPS que, en vez de buscar satélites artificiales en órbita sobre la Tierra, detecta las líneas del campo magnético terrestre.

Por eso son capaces de migrar tanto de día como de noche. Los investigadores descubrieron que semejante sensor magnético reside en sus ojos. Se trata de una proteína ocular del grupo de los “criptocromos” que también está presente en otros animales y plantas.

La brújula del petirrojo

Campo magnético de la Tierra. / geografia.laguia2000.com

Sin embargo, a dicha proteína fotorreceptora, que además es sensible a los campos magnéticos, se la ha denominado “criptocromo 4” (CRY4) y parece ser más sensible a las líneas de fuerza del magnetismo terrestre que las que poseen otras aves, como las palomas o las gallinas.

En dicho trabajo se explica cómo los científicos rastrearon el código genético que da lugar a esta proteína con el fin de producirla en grandes cantidades, por medio de cultivos de células bacterianas.

En el departamento de química de la Universidad de Oxford, aplicaron técnicas de resonancia magnética y óptica para analizar la proteína, y esto les permitió descubrir su marcada sensibilidad a los campos magnéticos.

Al parecer, dicha sensibilidad se debería a reacciones de transferencia de electrones provocadas por la absorción del color azul del espectro de la luz.

En la conclusión del estudio, se apunta que esta reacción química desencadena efectos cuánticos capaces de amplificar las señales magnéticas.

Los electrones saltan desde un aminoácido (triptófano) de la proteína criptocromo 4 al siguiente triptófano y así se forman pares de radicales que son magnéticamente sensibles.

Estos triptófanos parecen ser la clave de la brújula magnética ya que si se sustituyen por otros aminoácidos diferentes, inmediatamente se bloquea el movimiento de electrones y los petirrojos se desorientan por completo.

De manera que la retina de estas aves presenta un complejo mosaico de células perfectamente fijadas y alineadas que aumentan su sensibilidad a la dirección del campo magnético de la Tierra.

Esto hace posible que cada petirrojo pueda volar solo en la oscuridad de las noches sin Luna y sin desviarse apenas de su ruta migratoria. Son aves que están perfectamente diseñadas para seguir con precisión el campo magnético terrestre.

Otro dato sorprendente es que este vuelo nocturno en solitario lo realizan petirrojos jóvenes que no lo ha hecho jamás y que tampoco se lo han visto hacer a sus progenitores.

La ciencia empieza a comprender cómo funciona el mecanismo cuántico de la orientación magnética pero la cuestión de cómo saben los jóvenes adónde deben dirigirse exactamente, sigue siendo un misterio.

Aunque se supone que debe tratarse de alguna programación genética innata. ¿Puede un proceso sin propósito como la evolución al azar programar en mecanismo cuántico tan sofisticado? Me parece que no.

Otros pájaros de tamaño similar, como la collalba gris (Oenanthe oenanthe) de tan sólo 25 gramos de peso, realiza migraciones de hasta 30 000 kms de ida y vuelta entre el Ártico y el África subsahariana. [2]

Sus sistemas de navegación están diseñados con absoluta precisión desde que aparecieron sobre la Tierra y siguen desafiando a los grandes biofísicos.

Muchas aves migratorias son capaces de encontrar el camino de regreso a sus áreas de cría y volver exactamente al mismo nido en que nacieron.

¿Cómo son capaces de hacer semejante proeza si sólo poseen un pequeño cerebro que en algunos casos pesa menos de un gramo?

Hoy sabemos que se debe al efecto mecánico cuántico de la magnetorrecepción pero es probable que existan también otros sistemas de navegación todavía por descubrir.

No obstante, esta precisión de la brújula o GPS de los petirrojos y de otras aves se ve muchas veces alterada por culpa de la actividad humana.

La contaminación electromagnética provocada por las ondas de radio AM, perturba la orientación de muchas especies migratorias y las desvía de sus rutas.

Pienso que aquí resultan especialmente pertinentes aquellas palabras del profeta Jeremías: “Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová” (Jer. 8:7).

Por desgracia, muchas personas se niegan a ver la mano del creador detrás de tantos misterios de la vida y creen que la naturaleza se ha creado a sí misma sin ninguna intervención divina. Sin embargo, toda la creación nos habla con palabras elocuentes en el sentido contrario.

También el apesadumbrado Job clama desde las páginas del Antiguo Testamento: “¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba, cuando hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, a cuya luz yo caminaba en la oscuridad” (Job 29:2-3).

La luz divina, cuando ilumina el alma humana, puede todavía hoy guiarnos en medio de la oscuridad más absoluta, tal como dirige a tantas especies de aves.


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