La duda y el secreto de El topo

Escrito por el 7 de diciembre de 2022

Un topo es un agente doble, que actúa infiltrado en este caso en el servicio secreto británico -donde trabajó Le Carré-, a favor de los rusos. La novela fue publicada en inglés con el tí­tulo de un juego infantil -Tinker, tailor, soldier, spy- en 1974, una década después de que se descubriera que Kim Philby y otros altos oficiales del M16 estaban dando información a los soviéticos. Es evidente que el escritor, que era ya conocido por su tercera novela -El espí­a que surgió del frí­o (1963), adaptada al cine dos años después, bastante correctamente por Martin Ritt y Richard Burton-, pensaba en su antiguo colega, Philby, como el topo.

La pelí­cula cuenta con la colaboración del octogenario novelista, que proporcionó detalles sobre muchos aspectos del funcionamiento del M15 y M16. El estilo frí­o pero melancólico del cineasta sueco se adapta como un guante a este thriller cerebral, donde cada gesto está estudiado. La matizada interpretación que hace Oldman de Smiley -el antihéroe que protagoniza muchos de los libros de Le Carré-, recuerda a Guiness, no sólo en las gafas y corte de pelo, sino en su soledad, introversión y elegancia. El personaje transmite una extraña sensación de abatimiento controlado, con la mirada taciturna e inquietante, que acompaña su dicción pausada.

El envejecido John Hurt -jefe de la cúpula del M16, conocido por el nombre de Control- advierte que ′no se fí­e de nadie′, a un joven agente de confianza, que enví­a en una misión a Hungrí­a -Checoslovaquia en la novela, que leí­ de adolescente-, para descubrir al topo. Algo falla inesperadamente y Control es expulsado de la cúpula, junto a su lugarteniente Smiley, que es llamado de nuevo para desenmascarar al agente doble.

El número de sospechosos se reduce a cinco: el ambicioso personaje interpretado por Toby Jones (′el calderero′ del tí­tulo original), el elegante galán Colin Firth (′el sastre′), el implacable Ciaran Hinds (′el soldado′), el solí­cito David Dencik (′el pobre′), y para su sorpresa, Control incluí­a también en su investigación al propio Smiley (′el espí­a′), que tiene como ayudante a Benedict Cumberbatch (el peculiar actor que interpreta ahora la sorprendente serie que ha hecho la BBC de Sherlock Holmes).

La sutil música del español Alberto Iglesias acompaña la intrigante trama de conspiración y traición, que desarrollan unos lacónicos diálogos, conformando un ambiente de sospecha y ansiedad realmente enervante. Todo en torno a Smiley resulta falso: la información que supuestamente Jones ha descubierto, la pretendida lealtad al paí­s de uno de ellos, y la fidelidad de una esposa, que le engaña continuamente. No hay nada genuino. Esto provoca la aflicción que demuestra su lúgubre rostro.

En el libro de conversaciones con John Le Carré de la Universidad de Mississippi, el escritor dice que ′Smiley es alguien entregado a la duda, en ese sentido, una figura totalmente contemporánea′. Esa es la explicación por la que una pelí­cula así­, sobre el final de la Guerra Frí­a en 1973, fascina a tantos, todaví­a hoy. Su intriga complicada y turbia nos presenta un héroe realmente postmoderno. A Smiley no le interesan las ideologí­as. Le preocupa más la confianza que la verdad.

Esta excelente pelí­cula, densa, compleja y sutil, revela la autenticidad encubierta tras la impostura de los disfraces de la traición. Es un film básicamente atmosférico, donde más que resolver misterios y desvelar identidades ocultas, lo que importa es sentir el peso del desencanto. Ya que el cansancio de Smiley nace de un hastí­o vital.

En una sociedad donde disponer de más información no equivale a conocer mejor a las personas, todo se rige por el principio de la incertidumbre. ¿Cómo hablar de la verdad a una generación a la que ya no le interesa la solución a los enigmas, sino en quién podemos confiar? El cristianismo presume de conocer la verdad absoluta, pero carece de la confianza que haga que muchos estén dispuestos a escucharla.

La verdad que debemos presentar al mundo no es quiénes somos los cristianos, sino quién es Aquel, cuya verdad nos hace libres (Juan 8:32). La imagen que muchos tienen del cristianismo hoy es terriblemente narcisista, tan ocupado en lo que hace, en sus logros espirituales y morales, totalmente absorto en sí­ mismo. La mirada que nos libera, sin embargo, es la que nos aparta de nosotros mismos, para ver al ′Autor y consumador de la fe′ (Hebreos 12:2). Es él quien merece toda nuestra confianza.

La principal diferencia entre el efecto práctico que produce la traición que la Biblia llama pecado, y la buena noticia del Evangelio, es que uno nos hace mirar hacia dentro, y otro hací­a fuera. Cuando pensamos en nosotros mismos, nuestros errores y logros, buenas o malas obras, fuerza o debilidad, lealtad o traición, nuestra confianza flaquea, como la de Smiley. La fe viene cuando ′ponemos nuestros ojos en Cristo′.

La introspección que nos hace centrarnos en nosotros mismos no es el autoexamen que fomenta la Biblia. La Ley nos hace ver la realidad de lo que somos, pero el Evangelio nos hace confiar en Cristo. No es en nosotros que encontramos valor, fuerzas y capacidad. Es en Jesús, que encontramos seguridad.

Pablo se veí­a al final de su vida como ′el menor de los santos′ (Efesios 3:8) y ′el mayor de los pecadores′ (1 Timoteo 1:15). Su crecimiento espiritual consistí­a en una mayor dependencia de Cristo y su misericordia. Porque el objetivo de la vida cristiana no es que podamos llegar al momento en que necesitemos menos a Cristo, porque seamos ya mejores. Es poder decir como aquel viejo pastor en su lecho de muerte: ′estoy seguro que voy al cielo, porque ya no recuerdo ninguna buena obra que haya hecho′. Conocer la gracia de Dios es olvidarse de uno mismo.

El énfasis en la Biblia no es en la obra de los redimidos, sino en la obra del Redentor. Ese el mensaje que tenemos que anunciar al mundo: no lo que hacemos los cristianos, sino lo que Cristo hace. Esa es la esperanza que nuestra sociedad necesita, la verdad que merece toda confianza.

Los cristianos también necesitamos esa seguridad, para enfrentarnos a nuestras dudas secretas: la confianza que no viene de nuestra fidelidad, sino de la fe en Cristo Jesús. El creyente es el que ya no se mira a sí­ mismo, piensa en lo que era antes y lo que es ahora, como resultado de sus esfuerzos, sino que ve a Jesús y su obra, descansando sólo en ella. Esa es la verdad que nos libera: Aquel en quien podemos confiar, y olvidarnos de nosotros mismos.


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