La iglesia de Antioquía

Escrito por el 29 de mayo de 2023

La persecución había esparcido a los miembros de la iglesia apostólica de Jerusalén. Como consecuencia lógica, esos miembros habían partido por el mundo, llevándose con ellos la fe, y como resultado de haberse llevado la fe con ellos, hablaban de su propia fe a todas las personas con quienes se relacionaban en los lugares a donde llegaban.

Con la intención de apagar el ardiente fuego de cristianismo, las brasas fueron esparcidas por la maldad y la furia del hombre. Pero eso no apagó el fuego del cristianismo; todo lo contrario, cada brasa esparcida inició otra hoguera, incendiando de esa manera al mundo entero con la ferviente religión de Cristo.  (Hechos 11:20)

Estos hombres no se habían organizado para predicar el evangelio; ellos sencillamente creyeron en el evangelio y, al creerlo, predicarlo fue una consecuencia natural.

Fue aquel un impulso espontáneo. Eso es lo que hace el evangelio en el converso: lo impulsa a hablar natural y espontáneamente de su nuevo Dios, de su gran Salvador Jesucristo. Ante el evangelio sólo nos queda repetir las palabras de Jeremías: “había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.” (Jeremías 20:9)

De este momento en adelante la historia del libro Hechos de los Apóstoles, toma una nueva dirección. Hasta este momento la predicación se había concentrado en el pueblo judío solamente; pero de ahora en adelante el evangelio se anuncia a todos los gentiles. La predicación a los gentiles comienza en la ciudad de Antioquía.

Había en la antigüedad dos ciudades llamadas Antioquía. Una de ella estaba en Pisidia, que pertenecía al Asia Menor. La otra fue capital de la provincia romana de Siria por mucho tiempo; estaba situada a orillas del río Orontes, y fue la tercera ciudad del Imperio Romano (después de Roma y Alejandría); a ésta última se refiere el texto de estudio de hoy.

Antioquía fue fundada por Seleuco Nicátor, y fue llamada Antioquía en honor al padre de Seleuco Nicátor, quien se llamaba Antíoco; esto sucedió 301 años antes de la primera venida de Cristo.

Antioquía era famosa por los derechos que Seleuco había conferido a sus ciudadanos. Uno de esos famosos derechos, era el derecho a la ciudadanía romana, que se había otorgado a los judíos, a los griegos y también a los macedonios.

Debido a ese derecho de ciudadanía, estos tres grupos étnicos gozaban de otro derecho, que era la libertad de religión.

Ellos tenían el privilegio de poder adorar a sus propios “dioses” y a Dios, en su propia religión, con sus propias costumbres y en su propia manera, sin ser molestados por nadie. Probablemente los cristianos gozaron también de estos derechos, ya que podían haber sido considerados como una secta de los judíos, y así también ellos podían adorar a su manera y sin ninguna interrupción.

Antioquía recibía tres honores muy importantes en esos días: primero, era considerada como una colonia romana; segundo era considerada una metrópolis y, tercero, se la consideraba como una ciudad que daba asilo a sus visitantes. Antioquía existe en la actualidad; tiene alrededor de 80,000 habitantes y se encuentra localizada al sur de Turquía; actualmente se la conoce como Antakya, en lenguaje turco.

Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. (Hechos 11:20)

Estos varones, que no eran judíos y cuyos nombres la Biblia no da a conocer, eran cristianos “privados”.

Ellos no tenían una oficina, ni credencial ministerial alguna; tampoco seguían las estructuras de una comisión de homilética, ni de hermenéutica, ni de predicación; ellos simplemente obedecían el instinto natural del corazón de un cristiano renovado por el Espíritu Santo, que es predicar: predicaban a Cristo y a Cristo resucitado.

Cirene era una importante ciudad en la actual Libia, ubicada en las costas del Mar Mediterráneo, al norte de África y al oeste de Egipto; en la actualidad la región donde existió Cirene se conoce como Cirenaica.

Chipre, por su parte, era una importante isla, parte del antiguo mundo mediterráneo. Ese territorio insular era una provincia romana, de la cual era oriundo Bernabé (Hechos 4:36). Allí inició Pablo su ministerio como misionero a los gentiles (Hechos 13:4-11).

Cirene, es la misma ciudad de donde provino el Simón Cireneo, que tuvo la bendición de cargar la cruz del Salvador camino al Gólgota.

Estos varones de Chipre y de Cirene resolvieron rápidamente un problema que para los apóstoles era una gran barrera que cruzar: entregar y predicar el evangelio al mundo gentil. Predicar el evangelio al mundo gentil era un obstáculo casi impasable para la iglesia de Jerusalén, y una obra que los discípulos dudaban mucho en hacer.

Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. (Hechos 11:21,22)

A pesar de que estos varones africanos y mediterráneos no tenían comisión alguna, ni credenciales, ni una oficina pastoral, Dios estaba con ellos; y, como un resultado lógico de la presencia de Dios, muchos creyeron y se convirtieron al Señor. Hoy el Cielo continúa empleando a gente humilde y sencilla, para efectuar grandes portentos en favor de la causa de Cristo.

La iglesia de Jerusalén escuchó el fenómeno que estaba ocurriendo en Antioquía y mandó a un inspector espiritual, para que revisara la obra y elaborara un informe para la “Asociación General”, que en ese momento tenía su sede central en Jerusalén, Israel.

Pero este inspector no era cualquier persona; “era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe.” (Hechos 11:24)

Una persona buena adorna la doctrina de Dios y atrae a un mundo que está lleno de infelicidad; una persona buena también gana el afecto de la gente joven y de los niños.

Tristemente, suele suceder que la envidia también se encuentra presente en la iglesia; suele suceder que en todas las esferas de la iglesia, se puede ver la mano satánica usando la envidia para desacreditar, para menospreciar, para reducir y para desprestigiar la obra que los verdaderos hombres de Dios están haciendo por Dios y por su iglesia.

Pero este no fue el caso de la administración de Jerusalén: ellos tuvieron el cuidado de que el ministro que iba a Antioquía, fuera un hombre de confianza, un hombre verdadero, un hombre sin envidia, un hombre recto, un hombre que en verdad cuidara de la obra de Dios sin prejuicios. Para reunir todos esos requisitos, el hombre enviado era “bueno”, estaba “lleno del Espíritu Santo” y era un hombre de “fe”.

La sede mundial de nuestra iglesia ha cambiado de lugar ya varias veces: comenzó en Jerusalén y en la actualidad se encuentra en la ciudad de Silver Spring, estado de Maryland en los Estados Unidos.

Sería importantísimo que toda persona que llega a trabajar a cualquiera de las oficinas administrativas de la Iglesia, diseminadas por todo el mundo, sean “buenos”, sean “lleno del Espíritu Santo” y sean llenos de “fe”.

Si a esos lugares administrativos se llega a trabajar por el color de piel o por apariencias, por nacionalidad, por vínculos familiares o por amistad, entonces se está llegando a trabajar con las credenciales equivocadas.

Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Bernabé fue amigable con los nuevos conversos, asistió a todas la reuniones de la iglesia de Antioquía, vio la mano de Dios en la vida de estos gentiles que se habían convertido al evangelio; además, aceptó con sinceridad y honestidad que la iglesia de Cristo es grandiosa en cualquier parte del mundo, sin importar el origen de sus feligreses.

La experiencia de Bernabé contiene una enseñanza pletórica de ejemplos para todos los teóricos que achican o angostan el gran concepto del evangelio y de la iglesia de Cristo en el mundo.

Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Bernabé vio la gracia de Dios, vio los milagros del Espíritu Santo, vio cómo el Espíritu Santo impartía sus dones y sus frutos a los nuevos conversos, sin importar su nacionalidad, su origen o su color.

Vio cómo a los gentiles, que eran incircuncisos, el Cielo les otorgaba el mismo título de cristianos que tenían los judíos.

Agustín de Hipona dijo: “Donde Cristo está, allí está la iglesia” Estas palabras contienen una verdad hasta cierto punto, pero no es toda la verdad en su esencia, porque queda una gigante pregunta flotando en el aire sin poder ser contestada; esa pregunta es: ¿Y dónde está Jesucristo?

Para ampliar el pensamiento de Agustín, podríamos decir lo siguiente: “Donde se manifiesta la gracia de Cristo, allí está su iglesia”. Bernabé vio la gracia de Cristo manifestada en un grupo de personas y descubrió que allí estaba la iglesia de Cristo.

Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)


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