La vida más allá de la vida

Escrito por el 31 de enero de 2022

La película que ha aparecido ahora en dvd de Clint Eastwood, Más allá de la vida, es una de sus obras más sorprendentes e interesantes. Aunque muchos insisten en lo extraño de su propuesta, no hay nada raro en que alguien con ochenta años se pregunte qué hay después de la muerte.

′Todas las religiones han tratado de enfrentarse a esta pregunta′, dice Eastwood. Lo que le atrajo sin embargo de esta historia, es que ′tiene un sentido espiritual, sin un toque religioso en particular′. Como toda creación humana, nos habla más de la amargura del más acá, que de la esperanza del más allá.

Puesto que es la conciencia de la muerte, la que nos revela la tragedia de la vida. Es así como descubrimos ′el fracaso o la futilidad del éxito, la imposibilidad del amor o la frustración de las relaciones perdidas′. Son, como dice Antonio José Navarro en Dirigido Por, ′prolegómenos de la muerte, aunque, irónicamente, sean parte de la vida′. Más allá de la vida examina con poética melancolía las vivencias de unos personajes, cuyas vidas se cruzan, en su atormentada relación con un mundo, ′donde la compasión y la indiferencia son difíciles de distinguir′.

Así la periodista Marie (Cécile de France) descubre la frivolidad inconsciente de su vida, cuando sobrevive al tsunami mientras pasa sus vacaciones en Indonesia. El niño londinense Marcus (el impresionante Frankie McLaren), sufre las injusticias de la vida, que producen la repentina muerte de su hermano gemelo, mientras su madre alcohólica es ingresada en un centro de rehabilitación y él es destinado a un hogar de acogida en un mundo donde se siente perdido. A la vez que George (un contenido Matt Damon) lleva una existencia solitaria en San Francisco, a causa de unos dones excepcionales que le incapacitan para asumir las responsabilidades y cargas que la vida conlleva.

El cine dirigido por Eastwood ha mostrado siempre una ambivalente relación entre los vivos y los muertos. Desde el universo onírico de su debut a lo Hitchcock en Escalofrío en la noche (1971) hasta la figura espectral de Gran Torino (2006), hay todo un recorrido por vengadores angélicos que irrumpen en el horizonte con dimensión fantasmal -como los protagonistas de sus westerns, Infierno de cobardes (1973), El fuera de la ley (1976), El jinete pálido (1985) o el mismo Sin perdón (1992) -.

Sus protagonistas parecen a veces cadáveres vivientes -como el Red Stovall de El aventurero de medianoche (1982) o el Charlie Parker de Bird (1985) -. Incluso en las historias más luminosas -como Los puentes de Madison (1995) -, hay un secreto del pasado que transforma la vida en este presente mundo gris. Muchos han recordado, a propósito de esta última película, el personaje de la médium Minerva en Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997), que nos dice que ′para entender a los vivos, hay que comunicarse con los muertos′.

La pasión de Eastwood por los claroscuros hace que en su cine abunden las secuencias lúgubres y oscuras. Las imágenes del director de Mystic River (2003) y Million Dollar Baby (2004) están llenas de sombras densas y profundas, que aquí contrastan con la luz de unas escenas de colores fuertes y saturados, como sugiriendo la diferencia entre la vida y la muerte. Más allá de la vida nos muestra el carácter misterioso e inquietante de la muerte, que revela la fragilidad humana.

El guionista y dramaturgo británico Peter Morgan -autor de La reina, El último rey de Escocia o El desafío: Frost contra Nixon- escribió esta historia después de leer el libro de una periodista inglesa, Justine Picardie, sobre la muerte repentina de su hermana. En él narra cómo visita médiums espiritistas y personas que dicen poder transmitir la voz de los muertos, a la vez que experimenta un proceso de luto. Morgan piensa así en ese niño que pierde a su hermano gemelo, cuando muere un íntimo amigo suyo, que le deja preguntándose en el funeral dónde está ahora y qué habrá pasado.

El agente de Morgan lo envió a una productora que pensó en alguien interesado en lo sobrenatural como Night Shyamalan. Estando un día con Spielberg, le escuchó una conversación con él por teléfono y pidió a Morgan que reescribiera el guión. Al final Spielberg prefiere el original, que propone a un ya octogenario Eastwood. El director se enfrenta así por primera vez a tres historias cruzadas, que hace confluir con dificultad en la Feria del Libro de Londres.

El personaje de Matt Damon (George) tiene una especial devoción por Dickens. Su retrato decora el recibidor del apartamento y cada noche escucha esos audio-libros ingleses en los que un conocido actor -como Derek Jacobi en la película-, lee fragmentos de obras como Cuento de Navidad o los Papeles póstumos del Club Pickwick. Por si esto fuera poco, George visita su casa-museo en Londres y escucha al protagonista de Yo, Claudio leer partes de uno de sus libros en vivo. Uno de los grandes temas de Eastwood -la infancia maltratada- logra así su dickensiano reflejo en el vulnerable y sensible Marcus, cuyo dolor te conmueve hasta las lágrimas.

Decía Platón que la verdadera filosofía no es sino una meditación sobre la muerte. El tono lento y moroso de Más allá de la vida choca a un público actual, escasamente preparado para la reflexión que supone la contemplación solemne de un tema tan serio y grave. Quien piensa que tras la espectacular reconstrucción del tsunami índico del año 2004, viene una película de atropellada acción al estilo comercial que impera hoy en Hollywood, se verá totalmente decepcionado. Lo que Eastwood llama ya su película francesa, tiene poco que ver con el entretenimiento del cine de evasión, que no se quiere enfrentar a las cuestiones realmente importantes de la vida.

Durante mucho tiempo pensamos, como el poeta Paul Valery, que la muerte es eso que sólo suele suceder a los demás. Cuando uno llega sin embargo a la edad de Eastwood se encuentra que la muerte es algo personal e intransferible. Una cita a la que ninguno de nosotros podemos escapar, que constituye la mayor certeza a la que nos enfrentamos en esta vida. Algo que nos iguala, sea cual sea nuestra condición y fortuna en este mundo. Haríamos bien por lo tanto en pensar más sobre ella…

El escritor William Saroyan dijo antes de morir de cáncer en 1981: ′Todos tenemos que morir, pero yo siempre he creído que se podría hacer una excepción en mi caso′. Es así cómo generalmente vivimos, como si nuestro caso fuera a ser la excepción. Woody Allen ha dicho: ′Yo no tengo miedo de morir, sólo no quiero estar allí cuando eso ocurra′. Es la falsa confianza por la que pensamos que no debemos temer a la muerte, porque nunca vamos a coexistir con ella. Se ve como una amenaza, que termina con nuestra existencia. Pero ¿qué ocurriría si la muerte no es el fin?

El guionista Peter Morgan, dice Eastwood que no cree que haya vida más allá de la muerte. Lo que explica el cómico peregrinaje del niño Marcus por los gabinetes de toda clase de médiums y parapsicólogos. La supuesta ciencia del que graba psicofonías mediante un absurdo cacharro es puesta al nivel de la vidente que finge hablar con espíritus. El mundo esotérico está lleno de fraude y superchería. Los religiosos que aparecen hablando también en los videos de Internet suenan igualmente falsos, aunque invoquen el nombre de Jesucristo.

Por otra parte, la historia le da una cierta credibilidad a las experiencias cercanas a la muerte, que popularizó el llamado Dr. Moody en Vida después de la vida (1975), que era en realidad un personaje esotérico fascinado por el ocultismo y las religiones orientales. La idea de que hay una evidencia científica para la vida después de la muerte, porque la gente ve figuras y luces, mientras experimenta una sensación de paz, convence al personaje de Marie, tras entrevistarse con la doctora que interpreta la recuperada actriz suiza Marthe Keller -que parece un trasunto de la tanotologa espiritista Kubler-Ross-.

Estas experiencias de las que habla la película no son de personas que han estado realmente muertas, sino que les parecía que se morían, o estaban sólo ′clínicamente muertas′. Hay para ello explicaciones físicas -una falta de oxigeno en el cerebro, que produce alucinaciones-, neurológicas o espirituales, pero lo que básicamente ocurre es que la gente ve lo que quiere ver. La sensación de paz y bienestar refleja el deseo humano de que al final nuestros actos no tengan consecuencias. Puede ser por lo tanto un engaño incluso de aquel que se presenta como ángel de luz (2 Corintios 11:14). Puesto que niega la realidad de un juicio después de la muerte.

El personaje de la joven con una sonrisa -interpretada por Bryce Dallas Howard- que George encuentra en el curso de cocina, esconde un drama que refleja la necesidad del perdón. Su contacto psíquico trae una voz del pasado de un padre arrepentido que busca el perdón de su hija. La reacción significativa de ella es la huída, por la que se rompe lo que parecía el principio de una bonita relación. El pasado deja así heridas que el presente no puede curar.

El perdón de Dios es el acto por el que coloca nuestra vergüenza sobre Cristo y deja caer sobre Él las consecuencias de todo nuestro mal. Es un perdón completo e incondicional. ¿Cómo puede pasar por alto nuestras ofensas? Lo hace por su gracia y la obra de Jesucristo. En la cruz ha echado sobre su espalda todos nuestros pecados (Isaías 38:17). O sea que ya no puede verlos. El Salmo 103:12 dice que los ha puesto a la distancia que está el oriente del occidente. Son extremos que nunca se encuentran. Así el pecado está fuera de la vista de Dios. No es que esté ciego y ya no pueda verlo. Es que no quiere verlo. O mejor dicho, ve al pecador que tiene fe, por la justicia de Cristo Jesús, que pagó nuestro castigo.

La vida que nos da Jesús no es sólo eterna en la duración, sino plena en su satisfacción. En esta vida, todo llega un momento que nos decepciona. Queremos algo con todo nuestro ser, pero en cuanto lo tenemos, deja de interesarnos. No es así con la experiencia eterna de tener a Dios como Padre. Esa es de un asombro constante…

No sé cuánto recordaremos de lo que ha pasado antes, pero hay algo en el tiempo y en el espacio que nunca olvidaremos. El que está sentado en el Trono es un Cordero inmolado, sacrificado por nosotros. La cruz nos dirá mucho más de lo que nos ha dicho hasta ahora. Nos mostrará en qué consiste el amor de Dios, inagotable e insondable, al que volveremos una y otra vez. Algo que despertará en nosotros una continúa alabanza. ′Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos′ (Apocalipsis 7:17).


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