Maravillosa agua

Escrito por el 17 de octubre de 2023

Los hebreos del Antiguo Testamento eran perfectamente conscientes de que los organismos que poseen sangre son diferentes a aquellos que no la presentan, como pueden ser los vegetales. Éstos, aunque valiosos y necesarios para hombre, podían ser ofrecidos a Dios como primicias y en acto de agradecimiento. Sin embargo, para los sacrificios por el pecado, solo valía el derramamiento de sangre animal. Es decir, la muerte de criaturas inocentes de carne y hueso.

Esto es lo que expresa el salmista al escribir: “Holocaustos de animales engordados te ofreceré, con sahumerio de carneros; te ofreceré en sacrificio bueyes y machos cabríos” (Sal. 66:15), en respuesta a las prescripciones divinas recogidas en el libro de Levítico (17:10-11).

Pues bien, no fue hasta el siglo XVII, hace poco más de 400 años, que el médico inglés William Harvey estableció definitivamente que la sangre circulaba, bombeada por el corazón. Hoy sabemos que no solo nosotros sino todos los seres vivos complejos necesitan un aparato circulatorio que los mantenga con vida. Curiosamente, la necesidad de tal aparato se debe a un condicionamiento puramente físico.

Es decir, al hecho de que la difusión de los gases sólo resulta eficaz en distancias muy pequeñas, del orden de fracciones de milímetro, pero no es útil para transportar gases a distancias mayores. Se ha calculado que para recorrer un solo milímetro, el oxígeno difundido en un tejido tardaría poco más de un minuto y medio. Sin embargo, esta velocidad de difusión sería demasiado lenta e insuficiente para oxigenar todas las células de nuestro cuerpo y mantenernos con vida.

Esquema de la difusión o intercambio de gases entre los capilares sanguíneos y los alvéolos pulmonares. / Merckmanuals.com

No obstante, esta rápida difusión en medios acuosos y en las distancias cortas sí resulta eficaz para las bacterias y otros microorganismos unicelulares. Estos pequeños seres obtienen nutrientes y expulsan desechos solo mediante la difusión y no necesitan por tanto ningún aparato circulatorio que potencie dicha difusión. Sin embargo, cuando los seres vivos sobrepasan el tamaño de unos pocos milímetros, la difusión se torna inoperante e incapaz de eliminar o asimilar los metabolitos. Es entonces cuando resultan imprescindibles los aparatos o sistemas circulatorios de los organismos, capaces de bombear sangre con oxígeno y otros nutrientes al resto del cuerpo, a mayor velocidad de la que permite la simple difusión.

Los insectos, por ejemplo, al ser de reducido tamaño, presentan un aparato circulatorio abierto pero el oxígeno no les llega a las células corporales por medio de la circulación sino directamente a través de pequeñas tuberías llamadas tráqueas, que alcanzan todos los tejidos. No obstante, los organismos más grandes como los vertebrados y algunos invertebrados poseen un aparato circulatorio cerrado, en forma de árbol vascular con numerosas ramificaciones, que sale de un corazón capaz de bombear sangre desde gruesas arterias hasta millones de diminutos capilares de apenas 5 micras de diámetro.

Todos los sistemas circulatorios de los seres vivos no solo están perfectamente adaptados, de manera inteligente, a los diversos ambientes que presenta la biosfera sino que dependen también de un elemento que resulta crucial en la aptitud del planeta para la vida. Se trata del agua. Resulta que la molécula que sirve de base a todos los sistemas circulatorios de los organismos es también la misma que permite el funcionamiento de otro sistema circulatorio completamente diferente: el ciclo hidrológico que se da en la superficie de la Tierra. El agua evaporada de los mares, caída sobre las montañas, filtrada, purificada y que sacia nuestra sed, es la misma que corre por nuestras venas. El agua de la biosfera es siempre la misma ya que se recicla constantemente. No nos viene agua del espacio exterior. El agua que sació la sed de las personas y animales de la antigüedad y que permitió el fluir de sus aparatos circulatorios es también la misma que forma parte de nuestra sangre. ¿Por qué el agua es tan adecuada para la vida?

Si los mejores bioquímicos del mundo se hubieran propuesto diseñar una sustancia líquida que fuera adecuada a la vez para hidratar nuestras células y oxigenarlas perfectamente, habrían tenido que tener en cuenta por lo menos cuatro características fundamentales:

1.     Debería ser un líquido que no se pudiera comprimir ya que las sustancias comprimibles no se pueden bombear con facilidad.

2.     Su densidad y peso deberían ser bajos para adecuarse a la potencia de salida de las bombas biológicas.

3.     El oxígeno, los nutrientes y los productos de desecho del metabolismo celular tendrían que poder disolverse en ella con facilidad.

4.     Su viscosidad también debería ser baja puesto que las sustancias viscosas no se pueden bombear bien a través de los pequeños capilares.

Pues bien, todas estas características y muchas más las cumple perfectamente el agua. Es un líquido adecuado que sustenta la sangre así como todo el aparato circulatorio y que depende de un conjunto de elementos de idoneidad que funcionan juntos. No existe otro fluido alternativo que sea capaz de sustituir al agua en la química de los organismos basada en el carbono. Su adecuación para el buen funcionamiento de los aparatos circulatorios es como la de la atmósfera para la respiración del aire atmosférico. En mi opinión, la singular aptitud de esta molécula para la vida no puede tratarse de una simple casualidad sino que permite pensar en una inteligencia planificadora. Hay un claro determinismo fisiológico detrás de esta molécula tan especial.

En cierta ocasión, Jesús le dijo a una mujer de Samaria, que se hallaba junto a un pozo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;  mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:13-15). El mismo Creador que diseñó la molécula física del agua, pensando en los seres vivos, es también el que nos ofrece esa otra agua espiritual para vida eterna por medio de Jesucristo.


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