Mi alma tiene sed
Escrito por webmaster el 22 de noviembre de 2021
“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”
¿Cuándo fue la última vez que tuvo sed, y que hizo para saciar su necesidad? De seguro que esa respuesta no tiene demasiada “ciencia” y es obvia. Cuando tenemos sed, no esperamos a estar completamente necesitados para buscar agua y solucionar nuestro requerimiento, es tan simple, solo nos levantamos y tomamos un vaso, lo llenamos de agua, y ya estuvo.
¿Pero qué pasa cuando usted está en el desierto? Esa simplicidad realmente se convierte en un momento complejo y desesperante, ¿verdad?
David se hallaba en un momento difícil, y aunque el evento específico a este Salmo es desconocido, podemos ver la realidad en la que se encontraba el salmista, tenía sed de Dios (v. 2).
El salmista se hace una pregunta retrógrada a sí mismo: “¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (v. 2); y aunque esa respuesta es sencilla, parecería que en su mente esa posibilidad no estaba tan cercana. Muchos caminamos con esa necesidad de la vida, pero pocos son los que realmente se acercan a Dios. Todos sabemos que necesitamos del Señor, pero pocos lo buscamos diariamente por medio de nuestra comunión devocional. Algunos esperan solo llegar los fines de semana a la iglesia, mientras que otros dejan pasar más de quince días para hacerlo, prolongando la sequía en su alma.
David nos muestra que se encontraba angustiado a causa de sus enemigos, y sus lagrimas eran su alimento diario (v. 3). Recordaba que antes había estado junto al pueblo alabando a Dios (v. 4) y esa idea parecería que lo afligía, pues esos buenos tiempos ya no estaban ahí; pero al mismo tiempo se alentaba en medio de la desesperación mirando con confianza que esos días volverían (v. 5, 11).
A pesar de ser un canto de desesperación en ese instante, está lleno de confianza en un mañana glorioso junto a Dios (v. 6-8). Su clamor a Dios es una manifestación de lo difícil del momento (v. 9, 10), y su recordatorio vuelve a traerle esperanza a su abatida y turbada alma, exclamando que no hay nada mejor que esperar y confiar en Dios, a Quien volverá a alabar (v. 11).
Así como el ciervo busca agua para calmar su sed (v. 1), nuestra mejor decisión en medio de esos desiertos de la vida será buscar a Dios, quien, como en la Peña de Horeb (Éx 17:1-7), puede sacar agua de la roca para bendecirnos, y refrescar nuestro abatido corazón.
Dios está tan distante, como distante está la oración de su boca, o como distante está la Biblia de sus ojos; búsquelo, y seguro que lo encontrará.
«Señor, Tú siempre serás nuestra única fuente de agua que puede refrescar nuestra sedienta alma»
Salmos 42:8 “Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida.”