¿Qué hay después?
Escrito por Daniel Valuja el 5 de julio de 2023
Fui a comprar dos manzanas y perdí un poco el miedo a morir. Solo un poco. Resulta que iba camino del metro para hacer el turno en la redacción y paré en una pequeña frutería, por donde Acacias, porque había olvidado coger fruta para calmar la ansiedad que me produce el periódico con algo que no fuera basura de la máquina expendedora. Encontré a una frutera con el rostro amoratado, como si las ojeras fueran más allá de su curso normal e invadiesen otros cauces y meandros del rostro, como las comisuras de la boca y las sienes; estaba hablando con la que parecía una cliente habitual.
“Pues nada, parece que me he librado otra vez”, le decía. Según entendí tenía una enfermedad grave y recurrente que le hacía ingresar cada poco y que la ponía al borde del abismo. “Yo ya no le tengo miedo, después de tantos problemas”, decía, “cuando sea mi hora, pues me voy para el otro lado. Pero parece que todavía no ha llegado”. Mientras hablaba le iba sirviendo peras y melocotones en bolsas de plástico a la clienta, que la miraba con interés y compasión, y que no decía demasiado, porque la frutera hablaba mucho.
“Total, que ya sé lo que hay después, así que no me da miedo”. Un momento, pensé, y ahí me uní a la conversación. “¿Qué hay después?”, pregunté. Contó que en una ocasión había estado sedada, desahuciada, esperando la muerte y había visto eso: “Era como una llanura muy verde, con un cielo muy azul [lo imaginé como un fondo de pantalla de Windows]. Yo estaba feliz, ni siquiera me acordaba del pasado. No echaba de menos a nadie, solo quería estar allí”, explicó. “Luego alguien vino a buscarme, igual era un ángel o algo, y me dijo que tenía que volver aquí. Pero yo no quería, allí estaba fenomenal”, añadió.
Había vuelto a aquella frutería, donde servía peras y melocotones, aunque, con tanta cháchara, no me había servido mis manzanas, y llevábamos cerca de 15 minutos de charla. Entonces llegó el marido y me atendió él, mientras la frutera seguía hablando de sus experiencias al límite, y él me hacía gestos como diciendo “no le hagas caso, que está un poco loca”. Le pedí dos manzanas Golden, pero me dijo que las ambrosía estaban más ricas, así que le hice caso.
Lo importante aquí es que, como he dicho antes, el más allá que esa mujer observó en su ECM (experiencia cercana a la muerte) parece el clásico fondo de pantalla de Windows, una imagen titulada Bliss (felicidad en inglés), tomada en 1996 por Charles O’Rear, de National Geographic, que fue comprada por Bill Gates en 2000. Esas colinas verdes y suaves, esos cielos azules manchados por las justas y necesarias nubes blancas, sugieren una paz honda y serena, y por eso la colocaron ahí, y por eso cuando enciendes el ordenador y la ves te sientes a gusto, y más proclive a usar Windows. Todo está pensado.
Hay quien piensa que la imagen es sintética, como esas que hace ahora la inteligencia artificial, pero es real: O’Rear la tomó durante un paseo por el Valle del Napa (California), aunque más bien parezca la Comarca de los hobbits de Tolkien. Mucha gente va a conocer aquel lugar en persona y se decepciona, porque la foto fue tomada en temporada de lluvias, cuando está extremadamente verde y paradisíaco; además, ahora se usa para el cultivo.
Al parecer, te encuentras una colina más cutre, como de Ali Express. Yo saco fotos así a veces desde el AVE, y me llama la atención que el paisaje que ofrece más bienestar vital no es una selva del sudeste asiático, ni una playa tropical, sino una sencilla colina verde y un cielo azul moteado. Por eso, lejos de exotismo, mi Asturias natal sea un destino al alza que probablemente se estropee lleno de turismo cuando el cambio climático se ponga todo lo serio que va a ponerse.
Las manzanas, tenía razón el frutero, estaban especialmente sabrosas: ¿las traerán de una pomarada en el dulce país de los muertos? (Fuente Noticia: El País)