Salmos: Capítulo 28 – Un sándwich
Escrito por Amigos en Radio Solidaria el 26 de abril de 2023
El retrato que surge de este Salmo es semejante a un hombre (posiblemente también el “ungido”, el rey) que se halla en una grave situación de peligro, y ante sus ruegos Dios permanece en silencio.
Observo dos posibles opciones para el marco situacional: 1) en la primera el salmista clama a Dios por sentirse arrastrado a participar de los pecados de aquellos que no atienden a los “hechos de Jehová”, y cuyas vidas finalmente Dios arrebatará: su destino será el sepulcro.
Entonces el poeta ruega a Dios con desesperación que no le permita caer en el error.
Dentro de esta propuesta la frase “llegue a ser semejante a los que descienden al sepulcro” (v. 1) se referiría a la tentación del salmista a participar de las prácticas de aquellos que finalmente perecerán por su desobediencia.
Otra alternativa es que, debido a la utilización aquí del sustantivo hebreo bor (“pozo”, “cisterna”, pero también en algunos casos es sinónimo de “sepulcro” ej. Salmo 30:3), pudiera estarse refiriendo a un profundo descenso espiritual.
Una segunda opción situacional nos sugeriría un gran peligro de muerte; donde los malos y los que hacen iniquidad tienen algún papel protagónico (se ha sugerido el factor de la traición en el verso 3b). Debido a eso el salmista clama para que el Señor libre su vida (sería el sentido de “ser semejante a los que… v. 1), y dé su recompensa a los perversos.
En este comentario nos inclinaremos por la primera propuesta. El salmista, atribulado por la tentación, pide a Dios que lo saque de semejante peligro, temiendo que si él le deja solo en esta coyuntura, su vida llegue a ser como la de los malvados.
El salmista se separa de los infieles trazando una línea diferenciadora entre él y ellos en los versos 3 al 5, y pide a Dios que les dé lo que merecen. Dramáticamente ve la respuesta de Dios que escucha sus ruegos, y recibe la ayuda que tanto pedía.
Todo parece indicar que la respuesta no llegó inmediatamente, pues el poeta se queja de desatención por parte de Dios (v. 1). Y a esto se suma la mención de “ruegos” en plural (v. 2).
De manera que David también experimentó por momentos la soledad, el silencio, y en ocasiones llegó a pensar que Dios se había desentendido de él. Pero pronto comprobó que el Señor jamás abandona. Su silencio tiene una razón.
El salmista perseveró en oración y más temprano que tarde pudo gozarse con cánticos a Jehová por ser su “fortaleza” y su “escudo”.
¿Por qué Dios a veces demora en contestar? Habría muchas cosas por decir. Pero solamente analiza cuántas cosas está dejando de aprender un niño, cuánto está dejando de desarrollarse como persona cuando todo lo que pide se le trae en el instante a sus manos.
Lo mismo sucede en la vida espiritual. A veces Dios está trabajando para hacernos ver cuál es nuestra verdadera y gran necesidad (él); satisfecha ésta, podrá darnos con ella lo demás. Otras veces nos proporciona la oportunidad de seguir clamando, para que crezcamos en fe y confianza.
Las variables son muchas. Nuestro deber es escuchar, creer y obedecer. Si estamos dispuestos a esas tres cosas, si hacemos esas tres cosas, y perseveramos en esas tres cosas, pronto veremos la mano de Dios.
La originalidad de este Salmo radica en su poca adaptabilidad a un género específico. Y su estructura la dividimos en una crítica invocación personal (vv. 1-2), una crítica petición (vv. 3-5), victoriosa alabanza (vv. 6-7), y oración colectiva (v. 8-9).