Salmos: Capítulo 44 – ¡Despierta Dios!

Escrito por el 13 de diciembre de 2023

El lector recordará que el AT resalta una y otra vez la importancia de dar a conocer a las generaciones venideras los grandes hechos de Dios (ver por ejemplo Éxodo 10:2, 12:24-27, Josué 4:6, Deuteronomio 6:20, Joel 1:3).

En una cultura donde la fe y la religión dependen en buena medida de la tradición oral, era determinante que los padres y ancianos de la ciudad relataran los hechos divinos pasados a las siguientes generaciones, a fin de que éstos fuesen preservados, y los jóvenes, a su vez, pudiesen identificarse con la fe de Israel.

Lo que encontramos en Salmos 44:1 es precisamente el cumplimiento de tales estatutos.

“Oh Dios, lo oímos con nuestros propios oídos, nuestros antepasados nos han contado de todo lo que hiciste en su época, hace mucho tiempo atrás” (v. 1 NTV).

Recordemos que la Biblia dice que “la fe viene por el oír, el oír la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). Y la práctica de relatar los hechos de Dios se basaba en este principio.

Nota lo siguiente. Dios se reveló a los hombres para que la fe de estos descansara sobre un fundamento seguro. Pero luego de estos (ej. Abraham) venía un descendiente que no iba a vivir en carne propia lo que sí había vivido su antepasado (ej. Isaac).

¿Cómo podría Isaac creer y confiar como Abraham lo había hecho? Por medio de la palabra de Dios. Su fe sería alimentada a través de los relatos de lo que Dios había dicho y hecho en el pasado. El Salmo 78:3-6 es otro ejemplo de cómo esos relatos han sido transmitidos de padres a hijos por largos períodos de tiempo.

De esa manera la fe en el Dios verdadero pasaba de generación en generación, aunque los hijos o tataranietos no hubiesen presenciado los muchos y portentosos milagros de Dios en el éxodo, por ejemplo. 

Ahora bien, ¿cuáles son los relatos a los que el salmista se refiere aquí?

En los versos 2 y 3 el salmista nos traslada a los fantásticos relatos de la conquista de Canaán: cuando Dios expulsó naciones paganas con su poder, entregando así al pueblo la tierra que le había prometido. También el salmista deja en claro que no fue la fuerza humana la que conquistó la tierra, sino que Dios mismo obró esta victoria con su brazo fuerte, “porque los amabas” (v. 3, al pueblo de Israel).

Si por un momento retornamos mentalmente a los libros de Números y Josué, nos hallaremos en medio de conflictos donde Israel hubiese sido cruelmente aplastado si no hubiese contado con el respaldo divino (que casi siempre fue mucho más que un “respaldo”).

En Josué 12 se repasa la lista de todos los reyes que Israel venció en el camino; repaso que solo hace aún más evidente lo que ya era obvio para todo aquel que había acompañado el relato hasta ese momento: la conquista fue un gran milagro de Dios. ¡Hubiese sido imposible sin él!

El problema, como veremos luego, es la tensión que plantean estos relatos antiguos pasados de padres a hijos por generaciones, con la circunstancia actual. “Si nos han dicho que antes tú ganaste todas aquellas victorias increíbles por tu pueblo, ¿por qué ahora no ha sido así?”.

Versos 4 al 7

En la primera sección escuchamos la voz del pueblo con verbos, adjetivos y pronombres en plural: “oímos”, “nuestros”, “propios”, “nos”. Pero en la segunda sección saltamos de un pronombre a otro alternando singulares y purales. Por lo tanto, como otros han dicho antes, parece claro que este canto sería entonado en forma antifonal. Un orador principal (a veces en nombre del pueblo) intercalaba con versículos pronunciados por toda la asamblea.

El verso 4 es también un testimonio del éxito del propósito de Dios plasmado en Deuteronomio 8:17-18 y Josué 24:12; que todas las mentes de Israel estuviesen claros en que el éxito de todas las empresas y batallas dependía del Señor, y no de ellos. Por ende, toda la fuerza militar no podría sustituir jamás el valor de la fidelidad.

Podríamos decir que los versos 4-8 son una especie de reflexión histórica basada en las experiencias anteriores de Israel.

Dios es el rey, es quien da salvación a su pueblo, su poder es el que sacude y hace retroceder a los enemigos, y en el nombre de Jehová es que son capaces de pisotearlos. En los versos 6 y 7 el salmista afirma su dependencia en la victoria que Dios otorga, y no en el arco o la espada.

Por ello “oh Dios, todo el día te damos gloria y alabamos tu nombre constantemente” (v. 8).

Esta sección, que afirma la fe de Israel en su rey divino y protector, es una lección aprendida del pasado. En numerosos lugares de la escritura hallamos ecos de estos versículos; lo que parece indicar que estas verdades también se habían transmitido por generaciones como conclusión de los relatos de los hechos de Dios.

Todo israelita debía aprender y entender que su existencia nacional dependía por completo de la lealtad a Jehová, quien era el Señor y Rey de la nación. Él era el victorioso guerrero que pelearía sus batallas, mientras permaneciesen de su lado.

Versos 9 al 16

Mas todo lo que el Salmo venía construyendo se derrumba ahora. Sonaba tan bien que algo sugería debíamos esperar un gran “PERO…”. 

Sí, es cierto, antes libraste a tu pueblo. Confiamos en ti. Dependimos de tu fuerza y no la nuestra. Creímos en tu promesa. “Pero ahora nos hiciste a un lado en deshonra; ya no estás al frente de nuestros ejércitos en batalla” (v. 9).

Toda esta sección describe francamente una realidad opuesta a los versos 1 al 8. Dios abandona a su pueblo, no acompaña a sus ejércitos, los hace huir en retirada y permite que sus enemigos los saqueen. El salmista dice que Dios los descuartizó como a ovejas, y que vendió a su pueblo sin costo alguno.

Declara que los pueblos vecinos se burlan, son despreciados, y lo peor es que no son capaces de escapar de la vergüenza y la humillación en la que sus enemigos vengativos los mantienen.

¿Quedan dudas de que la situación es paupérrima? Definitivamente, a Israel no le han salido las cosas como esperaría. Después de todo, ¿no era Dios su defensor?

Ante todo esto surge la pregunta: ¿Por qué?

Usualmente en esta clase de relatos esperarías una sentida confesión de pecado y arrepentimiento. Pues, las verdades de los versos 1 al 8 eran condicionales a la obediencia. Y descripciones como las de vv. 9-16 eran las consecuencias comunes que venían sobre el pueblo al apartarse de Dios.

Pero este caso es diferente. ¡Y por eso tan sorpresivo! La confesión nunca ocurre. En su lugar, nos encontramos con ¡una declaración de inocencia!, acompañada, como si fuera poco, de un sentido reclamo al Señor.

Versos 17 al 22

“Todo esto ocurrió aunque nunca te hemos olvidado ni desobedecimos tu pacto” (v. 17).

He de admitir que este texto me cuesta. Sí, soy franco, me cuesta entrar a la mente del autor bíblico. Sé que son buenas sus intenciones, pero se equivoca en su versión de los hechos. Pero quizás es precisamente esto lo que Dios quiere que aprendamos: que no siempre alcanzaremos a comprender la visión completa de los hechos.

Pero volviendo al texto, sinceramente, creo que la única manera en que podríamos interpretar este texto, es comparándolo con alguien que, tratando de congraciarse con aquel a quien ha fallado, trata de magnificar lo bueno que ha hecho y minimizar lo malo. Pero, como mencioné, esto de ninguna manera es fruto de una mala intención.

Solo así encuentro sentido al texto. Pues las apostasías de Israel son tan frecuentes y la misericordia de Dios tan grande, que este texto no encaja con el resto del relato bíblico. Es Israel quien falla, no Dios.

Por ende, esta declaración de inocencia es una pequeña “ceguera voluntaria” a la realidad de las cosas, al intentar apelar a la misericordia y el favor divino.

Sin embargo, es sorprendente la seguridad (¿descaro?) con la cual el salmista confronta al Señor.

Los versos 20-21 dicen algo que es muy cierto, pero le cambiaremos un poco el sentido verbal para acompañar nuestra interpretación: si ellos se olvidaron del nombre de su Dios o extendieron sus manos en oración a dioses ajenos, aunque ellos mismos no lo supieran o no lo quieran reconocer, Dios sí lo sabe, porque lee los secretos del corazón.

Versos 23 al 26

Para la última sección probablemente escuchamos la voz de toda la asamblea unida rogando al Señor por su liberación.

“¡Despierta, oh Señor! ¿Por qué duermes? ¡Levántate! No nos eches para siempre” (v. 23).

Y aunque este texto pueda sonar todavía un poco desafiante, quiero quedarme con la apelación final del Salmo: “¡Levántate! ¡Ayúdanos! Rescátanos a causa de tu amor inagotable (hésed = misericordia)”.

Es quizás al final del Salmo donde el salmista acepta de manera un poco más sumisa la situación real del pueblo, y se rinde delante de la misericordia de Dios. También en el verso 25 el pueblo “postrado hasta la tierra” es un símbolo de arrepentimiento y súplica.

Si algo me gustaría que no olvides jamás, es que si las cosas marchan mal para ti, no es culpa de Dios. No le reclames. Vuélvete a él. Ríndete a su misericordia. Recuerda que si te enalteces, serás humillado. Pero si te humillas, serás enaltecido. (Fuente Noticia: SoloSalmos)


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