Los juguetes abandonados de Toy Story 3

Escrito por el 28 de febrero de 2022

¿Quién no se ha sentido alguna vez despreciado y abandonado? Incluso el creyente puede llegar a dudar si realmente Dios le ama. Los personajes de la tercera entrega de Toy Story -ahora disponible en DVD- están devastados, porque Andy es ahora mayor y no quiere jugar ya con ellos.

Un sentimiento de tristeza, pérdida y desesperanza llena los primeros minutos de esta historia de juguetes destinados a la basura. Nunca se había visto un rostro animado con tal desolación, como cuando los personajes de Toy Story 3, se enfrentan al fuego de la destrucción de su propia mortalidad.

No es extraño que esta película no sólo haya conseguido la mayor recaudación de taquilla en todo el mundo, para un film de animación, sino que sea considerada por muchos críticos como una de la obras cumbres del séptimo arte. Es un secreto a voces que los trabajos de Pixar son una de las pocas cosas interesantes que ha producido la industria norteamericana, desde que los grandes estudios se estancaran en los años ochenta en continuos remakes de cualquier película realizada hasta entonces.

El creador de Pixar, John Lasseter -ahora director creativo de Disney- intenta recuperar el tiempo perdido, dando prioridad a las historias sobre los estudios de mercado. Se incorporó a finales de los setenta al estudio del ratón Mickey, cuando todavía estaban allí muchos de los grandes animadores de la época de oro. Cuando la empresa está a punto de desaparecer en 1984 -por una OPA hostil del tiburón de Wall Street, Saul Weinberg-, Lasseter se muda al norte de California para trabajar con el creador de Star Wars, George Lucas, en el comienzo de la animación digital.

La compañía de Lucas fue adquirida en 1986 por Steve Jobs de Apple, convirtiéndose en Pixar. Tras unos años haciendo cortos, se atreven con el primer largometraje en 1995 -Toy Story-, que fue distribuido por Disney -entonces en manos de Jeffrey Katzenberg, que impone una narración clásica-. Todo cambia con Los increíbles (2005) de Brad Bird. Esta historia crepuscular de superhéroes parece más propia del mundo del cómic adulto de Watchmen que de un producto infantil.

Pixar hace desde ese momento unas películas, que tienen diversos niveles de lectura, dependiendo del público que se pone delante de la pantalla. Para Lasseter, lo principal es el argumento. La tecnología está al servicio de la historia. Según él, ′los ejecutivos de marketing no deberían influenciar en las decisiones artísticas′. Porque ′¿qué te puede decir esa gente sobre lo que te gustaría ver en el cine? Algo como lo que vieron la última vez que fueron a ver una película′. El creador de Toy Story cree que sus éxitos no se basan en los estudios de mercado, sino en historias tan inusuales como la de una rata que quiere ser chef en el mejor restaurante de París (Ratatouille).

Si hay un tema recurrente en el cine de Pixar, esa es la melancólica tristeza con la que se recuerda la época en que fuimos niños. En Ratatouille (2007), el personaje más negativo es humanizado, con el salto a la infancia del crítico culinario Anton Ego. En WALL-E (2007), un robot pierde la memoria, tras sacrificarse para salvar a la humanidad. En Up (2009) se resume maravillosamente, en sus once primeros minutos, toda la trayectoria vital de una pareja. Y ahora en Toy Story 3 (2010), el joven dueño de los juguetes protagonistas, Andy, renuncia a sus recuerdos de infancia.

Si en la primera entrega hay una llamada al conformismo (cuando Buzz Lightyear tiene que descubrir, a la fuerza, que no es más que un juguete) y en la segunda a la resignación (los juguetes descubren que a medida que Andy se va haciendo mayor, los irá arrinconando, para dedicarse a otros juegos más acordes a su edad), en la tercera nos enfrentamos a nuestra propia mortalidad. Los juguetes protagonistas se ven en la encrucijada de ir a parar al desván (retiro y jubilación), o a la bolsa de basura (la muerte). Ya que Andy se hace universitario y ya no quiere, no puede, o no debe, jugar a cosas de niños.

A pesar de nuestros mayores esfuerzos, nadie vive para siempre. Llega el momento en que nos tenemos que enfrentar a la muerte que nos espera. Como dice la productora, Darla Anderson, ′la historia refleja cómo debemos enfrentarnos a cambios en nuestra vida, que son inevitables′. Como la mayor parte de las películas de Pixar, ′puede ser tan profunda como uno quiera′. Trata sobre transiciones como crecer, dejar tu casa, ser dejado atrás, o incluso un tema tan serio como qué pasará al final con nosotros.

Andy no es el único que ha crecido a lo largo de estas historias. En la primera, el entrañable y egocéntrico Woody odiaba a Buzz por robarle la atención de Andy. Y en la segunda se veía inmortalizado en un museo. Ahora descubre que ′ya no se trata de que jueguen contigo, sino de estar allí, cuando Andy te necesita′. Aunque él es todavía el favorito. El chico decide llevárselo a la universidad, pero todos los demás acaban en una guardería.

En el irónicamente llamado Centro de Atención de Día Soleado (Sunnyside), encuentran docenas de juguetes abandonados. Su jefe es un enorme oso de peluche con olor a fresa, llamado Lotso, que encubre a un ser malvado y resentido con la vida. El tirano dueño de la guardería tiene una historia trágica. Su dueña le perdió y compraron otro oso igual, en su lugar. Se sintió ′perdido, despreciado, no amado, ni querido′.

Lotso se intenta convencer a sí mismo, que cuando uno ′no tiene dueño, no se te rompe el corazón′. Cree que todos los juguetes estarían mejor si fuera ′dueños de si mismos′. Su filosofía no sólo domina la guardería, sino la sociedad en que vivimos. A pesar de su luminoso nombre, no hay comunidad, ni libertad en Sunnyside. El deseo de autonomía ha corrompido este mundo, donde hemos cambiado nuestro legítimo Dueño por la tiranía de una esclavitud que nos aprisiona, dándonos una falsa seguridad.

Lotso trata a los demás juguetes como se ve él a sí mismo: ′somos simple basura, esperando a que nos tiren′. Uno de los que utiliza es un Ken, que ve las cosas de otra manera, al enamorarse de una Barbie. Lotso se ríe de él diciendo: ′¿te crees que eres especial? ¡Eres sólo un pedazo de plástico!, hecho para tirar; ella, una muñeca Barbie, como hay cientos de millones′. La película nos hace preguntarnos sobre el propósito de la vida: ¿para qué fuimos hechos?, ¿somos especiales?, ¿para quién?

Para Woody, el sentido de la vida está intrínsecamente unido a nuestro Dueño. El se define a sí mismo por Andy. Todos deseamos pertenecer a alguien. Este anhelo es más fuerte aún que nuestro instinto a evitar el dolor del rechazo. La Biblia dice que ese deseo se hace pleno en la confianza, por la que nos sentimos propiedad de Dios, aunque experimentemos dolor y soledad.

En el siglo primero, Pedro escribe a una gente que sufre, y a pesar de ello son ′un pueblo escogido, una comunidad diferente, posesión misma de Dios′. Como resultado, ′pueden mostrar a otros la bondad de Dios, porque Él les llamó de la oscuridad a su luz admirable′. Es cierto que ′antes no tenían esa identidad de comunidad; pero ahora son pueblo de Dios′. Aunque ′un tiempo no tuvieron misericordia′ de ellos, ahora han recibido la misericordia de Dios′ (1 Pedro 2:9-10).

Nosotros, como ellos, podemos encontrar nuestra identidad en Dios; saber que somos especiales, porque somos suyos. Ser propiedad de Dios, no es como estar bajo la tiranía de Lotso. Es más como la exuberante amistad del primer Andy. Su amor trae libertad, propósito y comunidad. Más aún, Dios será fiel a nosotros, ′hasta el infinito y más allá′.


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