El milagro de hablar

Escrito por el 19 de mayo de 2023

El capítulo once de Génesis empieza con estas palabras: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras” (Gn. 11:1). Inmediatamente después se explica cómo a partir de esa primera lengua surgieron otros lenguajes por intervención sobrenatural de Dios.

La construcción de la torre de Babel en Sinar -región de Mesopotamia que entonces era privilegiada en recursos naturales- pone de manifiesto el rechazo constante del ser humano a depender de su creador o a obedecer sus propósitos divinos.

El significado de la torre, cuya cúspide pretendía “llegar al cielo”, no era otro que instaurar sobre ella un culto idolátrico que conectara la tierra con el cielo. Es decir, un desafío en toda regla a la soberanía de Dios.

La lengua no es solo un modo de comunicación entre las personas sino un reflejo de la cultura, creencias e idiosincrasia de cada pueblo.

Hoy se conocen en el mundo alrededor de 7.100 idiomas distintos. En Asia se hablan unos 2.300, en África otros 2.138, en América 1.064, mientras que en Europa solamente 286 idiomas.

¿Cómo han podido surgir tantas lenguas diferentes a partir de una sola? Según los planteamientos evolucionistas, el lenguaje humano podría haber aparecido gradualmente a partir de los gruñidos animales, al asignar nombres a objetos domésticos, herramientas y organismos.

Poco a poco, dichos nombres se habrían ido juntando con verbos para formar frases breves como “traer comida”, “beber agua” o “ir a cazar”, etc.

Y así sucesivamente, a medida que los cerebros de los homínidos fueron creciendo, dichos símbolos se habrían hechos más complejos hasta generar los sofisticados lenguajes actuales. El problema de esta sugerencia es que no se conocen hechos que la respalden.

Tal como escribió el paleontólogo evolucionista catalán, Miguel Crusafont -de quien fui alumno en la Universidad de Barcelona-: “Ciñéndonos ahora a la cuestión de la aparición del lenguaje, parece que podemos conjeturar, (…) la existencia de una filogenia de este lenguaje a lo largo del proceso de Antropogénesis, (…) parecida a la ontogenia del mismo.”

Y, sin embargo, poco después admite que en la especie humana “la emisión y organización de un lenguaje articulado requiere condiciones cerebrales que no se hallan en el estado irracional”.

Es decir, primero fundamenta la aparición del lenguaje humano en la desacreditada ley biogenética de Haeckel -que afirma que el desarrollo embrionario es como una película a cámara rápida de la evolución- y luego afirma que las condiciones del cerebro humano para el habla no existen en los simios.

Semejante “conjetura” parece pues notablemente contradictoria. Lo cierto es que actualmente -casi medio siglo después de esta opinión de Crusafont- los expertos en el tema continúan reconociendo graves dificultades para explicar el origen evolutivo del lenguaje.

Todavía no se conoce cómo ni por qué pudo evolucionar el habla humana a partir del simple gruñido animal ya que ni los simios ni ningún otro organismo proporcionan paralelos relevantes con la comunicación verbal de las personas.

Sin embargo, en el año 2001, se descubrió que varias personas de una misma familia de Inglaterra, con disfunciones lingüísticas, tenían un gen mutado en el cromosoma número siete.

A dicho gen, que era portador de una sola letra mal escrita, se le denominó FOXP2 y hoy se le conoce como “el gen del lenguaje” ya que permitió creer que existe una base genética para los idiomas.

Pudo comprobarse que la secuencia de este mismo gen es notablemente estable en casi todos los mamíferos, sin embargo el ser humano presenta dos cambios importantes que se cree que debieron ocurrir hace unos cien mil años.

En este sentido, el conocido genetista estadounidense Francis S. Collins afirmó que: “los cambios recientes en el FOXP2 pueden haber contribuido de alguna manera al desarrollo del lenguaje en los seres humanos”.

Por tanto, desde el evolucionismo y simplificando mucho las cosas, la capacidad del habla en las personas habría surgido como una simple mutación genética generada por casualidad en el ADN de algún simio ancestral.

Yo creo que esta “explicación” evolutiva del origen del lenguaje es como encogerse de hombros y decir que, en realidad, no lo sabemos.

Si nuestra capacidad para hablar se debió solamente a una mutación genética en el cromosoma 7 de algunos simios, entonces apenas si nos separaba nada de sus gruñidos irracionales.

¿Acaso no se parece esto a una mutación milagrosa con un propósito concreto? Si hubiera sido así y nuestras capacidades cognitivas hubieran evolucionado tan rápidamente, a causa sólo de una o dos mutaciones únicas que habrían provocado un recableado del cerebro, eso significaría que nuestra inteligencia se encontraba ya a punto para empezar a hablar y que sólo necesitaba el empuje de unas pocas mutaciones específicas.

Pero ¿cómo pudimos llegar hasta ese elevado nivel? Si esta historia fuera cierta, ¿no implica acaso que tal evolución llevaba una dirección concreta, un propósito latente y un diseño previo orientado hacia el surgimiento del lenguaje y la cognición humana?

No obstante, es sabido que el neodarwinismo niega cualquier tipo de teleología o dirección en el proceso evolutivo y que éste se debe única y exclusivamente al azar.

Esta perspectiva del origen del lenguaje centrada en los genes (gencentrista) es actualmente rechazada por otros investigadores.

El gen FOXP2, según el prestigioso lingüista judío Noam Chomsky y sus seguidores, no tendría nada que ver con la facultad del lenguaje, sino con cuestiones de coordinación motora que intervienen en la articulación del habla pero que serían periféricas respecto a ella.

Desde los años 50, Chomsky viene sosteniendo la teoría de que el habla materna se adquiere de forma automática, a partir de principios inconscientes compartidos por todas las lenguas del mundo.

El lenguaje sería algo innato que no dependería tanto de la dotación genética como de otros principios más medioambientales y cerebrales.

Es decir, que el origen de la capacidad humana para hablar sigue siendo hoy tan misterioso como siempre ya que se trata de un fenómeno único e inexplicable por parte de la ciencia.

Posteriormente, en un artículo publicado en Nature, en el 2018, se informó también que el famoso gen FOXP2 no era especial en los humanos y no estaba bajo una fuerte presión de selección, ni tampoco había sufrido cambios en la historia reciente del Homo sapiens.

O sea, que todo lo dicho anteriormente acerca de dicho gen, simplemente podría ser falso ya que se trataba de una propuesta demasiado simplista.

Lo más lógico sería pensar que hubiera muchos factores involucrados en el aprendizaje de un idioma, tales como la comprensión, percepción, sintaxis, uso, símbolos, cognición, producción, etc.

Creer que todo esto se debe sólo a una o dos mutaciones no resulta sensato, más bien debería haber cambios en múltiples genes y se requerirían por tanto muchas mutaciones diferentes en el ADN.

No obstante, si se necesitan numerosos cambios en los genes para explicar evolutivamente el origen del lenguaje, esto supone un gran desafío al darwinismo ya que tales procesos operarían supuestamente sin una supervisión inteligente, serían muy ineficientes y requerirían demasiados millones de años para producirse.

Muchos más de los 6 a 8 millones de años que el tiempo evolutivo prevé.

Es decir, que si se consideran todas las diferencias genéticas, anatómicas, fisiológicas y cognitivas relacionadas con el lenguaje, que existen entre simios como los chimpancés y nosotros, se requerían más de 200 millones de años para que pudieran aparecer por evolución no guiada.

El problema es que el ser humano se habría separado de los simios, supuestamente, hace sólo entre 6 y 8 millones de años. Esto representa un gran desafío de la genética de poblaciones para la explicación neodarwinista del origen del lenguaje y en general de la cognición humana.

La capacidad de hablar requiere características anatómicas especiales, como la forma y posición de la laringe así como de los centros del lenguaje en el cerebro.

También se necesita ese conocimiento innato de las reglas gramaticales que parece estar integrado en las neuronas de nuestro cerebro.

Es sabido que los niños pequeños con sólo tres años conocen dichas reglas de manera instintiva, sin embargo los simios carecen de dicho instinto. Para poder hablar es menester pensar de manera abstracta porque las palabras son símbolos que representan ideas, conceptos o cosas.

Al construir frases complejas podemos transmitir pensamientos, decisiones y proyectos a los demás. Pero también nos resulta posible reflexionar personalmente, hacer literatura o ciencia, imaginar, elucubrar sobre el origen de las cosas y de nosotros mismos.

El pensamiento abstracto nos abre las puertas de la creatividad, la espiritualidad, el sentimiento religioso y la trascendencia. Todo esto puede hacerse gracias al lenguaje exclusivamente humano. ¿De dónde nos vino semejante capacidad?

Se trata de un salto ontológico espectacular, no de una simple innovación genética. Algo que sólo pudo darse por medio de un creador inteligente y misericordioso. No somos monos trucados sino hijos del Altísimo, hechos a su imagen y semejanza.

Por eso fracasan tantos genios humanos al intentar explicar el origen del lenguaje, porque en vez de aceptar la realidad de Dios, sólo buscan explicaciones naturalistas.


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