Camino de Emaús con Baricco

Escrito por el 10 de enero de 2022

Mientras hablo estos días con los monseñores del Vaticano sobre la autoridad de la interpretación de las Escrituras -en una consulta teológica de la Alianza Evangélica-, leo en la habitación de este palacio romano la novela del escritor italiano Alessandro Baricco, que ha publicado Anagrama este año en Barcelona.

Emáus es la historia de cuatro adolescentes católicos de clase media, que viven en el norte de Italia durante los años setenta. La aparición de una chica de clase alta y costumbres liberales trae una crisis moral y espiritual a estos jóvenes, que supondrá el derrumbe de todas sus certezas.

Este libro es -como dice Paolo Di Paolo- sobre ′la pérdida, el sentimiento de pecado, la irracionalidad del dolor, la familia, el desengaño de la felicidad, el esfuerzo de crecer, o tal vez de comprender, la piedad′. Temas como el catolicismo, la fe, el Calvario y la resurrección, pueden descolocar a los lectores habituales del autor de novelas como Seda o Novecento -que algunos conocerán por el cine-. Como dice Di Paolo, Baricco ha hecho probablemente aquí su novela más valiente y hermosa.

El escritor de Turín cuenta así una historia de aprendizaje, basada sin duda en su propia experiencia -nació en 1958- de superviviente de un grupo de amigos, cuya vida queda fatalmente truncada por el suicidio, la droga y el crimen. Este relato de decadencia y caída está marcado por la ′obstinada resistencia′ a una educación católica, que conoce muy bien el lector latino, que creció en una época en que todavía la religión ocupaba un lugar importante en la vida social.

A algunos les resultará algo extraño ′el heroísmo′ -como a Baricco le gusta llamarlo- de una juventud que se dedica a cantar en la iglesia y asistir ancianos olvidados en la sección de urología de un hospital. El tema de la sexualidad reprimida marca la educación sentimental de una generación que ha descubierto la vida como una ′asignatura pendiente′. En este caso, la desinhibida Andre hace irrumpir con su libertad de costumbres, la despreocupada vitalidad pagana, en el asfixiante moralismo de una realidad familiar, donde ′no se acepta la realidad del mal′ (pág. 35).

Los setenta no sólo fueron años de plomo para Italia. Muchos jóvenes no se sintieron atraídos por la lucha revolucionaria, que relacionamos con el terrorismo de aquella época. En los años posteriores al Concilio, hay una religiosidad atractiva que busca un mundo diferente por la honestidad y la solidaridad. La derrota de ese idealismo hizo que esa generación perdiera la capacidad de soñar. Lo que muchos relacionan con el fracaso de la izquierda en Italia y la aparición del berlusconismo.

El libro es una mirada a la educación sentimental católica, un ambiente opresor y espiritual al mismo tiempo, muy habitual en una época que ahora nos parece lejana. Es una obra también sobre la adolescencia, un tiempo de pasión, energía, hambre de emociones y búsqueda del sentido de la vida. El narrador la recuerda con la voz de la desilusión, más lúcida y crítica, cuando todo ha terminado y vuelve la rutina. Se cierra así en falso una crisis, que marca toda la vida.

El autor dejó ese mundo para siempre, pero observa que se ha llevado algunas cosas que le acompañan toda su vida. Por un lado, un complejo de culpa permanente, pero también la solidaridad, compasión y atención a los demás, que no te hacen perder la inclinación a lo espiritual. Eso, para él, es una herencia positiva, pero dolorosa.

¿Es la seducción femenina de Andre símbolo del pecado, o de la libertad? ′Es la espiral de un mundo distinto′ -dice Baricco en una entrevista con el diario El País-, donde ′el cuerpo no es sólo demonizado, sino usado, utilizado como fuente de placer′. Ella abre así ′otro camino posible para dotar de un sentido a la vida′.

Baricco se atreve incluso a plantear en clave teológica la contradicción constante en el pensamiento cristiano entre alma y cuerpo. Utiliza para ello el relato evangélico, tanto de la resurrección de Lázaro como del encuentro de los discípulos con el Cristo resucitado, camino de Emaús. El desconocimiento de la identidad de Jesús en esta historia -′el Mesías estaba con nosotros, y nosotros no nos hemos dado cuenta′ -, se ve como una analogía de la vida como un camino en el que intentamos descubrir quiénes somos, y al final uno se pregunta: ′¿Cómo hemos podido no saber, durante tanto tiempo, nada?′ (pág. 65).

Hay dos formas en las que podemos querer ser nuestro propio señor y salvador. Podemos decir: ′voy a vivir mi vida como quiera′. O como el protagonista de la novela de Flannery O′Connor, Hazel Motes en Sangre sabia, descubrir que ′la mejor forma de evitar a Jesús es evitar el pecado′. Porque si uno intenta vivir moralmente, para que Dios te haga bien y te salve, Jesús puede ser tu modelo o tu maestro, pero no tu Salvador. Estás confiando en tu propia bondad, más que en Cristo Jesús. Intentas salvarte a ti mismo, siguiendo a Jesús.

Esto es, irónicamente, un rechazo del evangelio de Jesús, una forma cristianizada de religión, intentando mantener la moralidad, pero evitando a Jesús como nuestro Salvador. Los personajes de Emaús descubren que ′mucho antes que en Dios, creemos en el hombre -y tan sólo esto, al principio, es la fe′ (pág. 89). Hasta que un día descubren que caminan ′ciegos, al lado de amigos y amores que no reconocemos, fiándonos de un Dios que ya no sabe nada sobre sí mismo′ (pág. 66).

Hay un abismo de diferencia entre un Dios que nos acepta por nuestro esfuerzo moral y espiritual, y el Dios que nos recibe por medio de lo que Jesús ha hecho. La religión opera sobre el principio: ′Yo obedezco -por lo tanto soy aceptado por Dios-′. El principio central del Evangelio es que ′soy aceptado por Dios a través de lo que Cristo ha hecho -por lo tanto obedezco-′.

En la religión, creemos que si no obedecemos, perdemos el favor de Dios, en este mundo y en el venidero. Mientras que en el Evangelio, la motivación es la gratitud por el bien que ya hemos recibido por medio de Cristo. En la religión de Emaús, un día descubriremos que nos hemos perdido por el camino, mientras que por el Evangelio de Jesús somos salvos no por lo que nosotros hacemos, sino por lo que Cristo ha hecho por nosotros. La diferencia está en si nuestro camino, es Aquel que nos dice: •Yo soy el Camino′ (Juan 14:6).


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